Alberto Torres ha escrito una novela en la que el punto geográfico es “un símbolo de aquellos que lo tuvieron más fácil”. Jávea (Candaya) es el sinónimo de oportunidades que no se tienen, que se miran de niño desde la bañera de casa mientras otros pasan el verano en la playa y, cuando se es adulto, se piensa en lo que el niño no pudo disfrutar. Da igual lo que ahora tenga, nunca se le habrá hecho justicia.
La escritura está por encima de su propósito. La crítica no puede abarcar todo el peso de una idea porque la limita y acaba siendo un panfleto político. Si se quiere hacer “arte político” se debe de trabajar el aspecto creativo y la estructura de la obra para conseguir guiar la lectura. Es cierto que “se habla menos de la construcción de esta novela porque llama más la atención su mensaje” pero no sería posible sin los juegos constantes de tonos, voces e intensidades que muestran los puntos de vista de la historia.
Jávea es ansia, la cabeza cuando estás en un sitio que no soportas, cuando estás trabajando y te aíslas a ratos por supervivencia. Las conversaciones en el bar Tana cuando en El año del descubrimiento uno de los protagonistas dice “Conoces el trabajo antes que el sexo, conoces el trabajo antes que el dinero, conoces el trabajo antes que el amor. Esa es la vida del obrero”. Alberto pretende conversar con historias ajenas desde la propia. El rechazo a uno mismo que viene de las contradicciones es la consecuencia que se paga por tener ciertas ideas. “A cada cosa que quieres hacer por ayudar a combatir el cambio climático, por la igualdad, etc. haces mil en contra, pero la realidad es que es imposible no pertenecer” y eso nos lleva a vivir con las contradicciones.
El recorrido por una familia trabajadora es la mejor forma de exponer las proyecciones de expectativas que tienen los padres con sus hijos. El peso de querer darlo todo y el de querer corresponder ese esfuerzo. La falta de comunicación, la incomprensión y la mentalidad de cadena de montaje, de la fábrica a casa. Alberto no busca hablar de “capitalismo, materialismo e individualismo en abstracto” cruza historias familiares sobre amor, trabajo, género y clase para entender el mundo (“cómo nos duele y enferma la ultracompetitividad, las clases sociales, la autoexplotación, los microclasismos o la meritocracia”) a partir de su propia biografía. Las consecuencias de una idea de éxito fallida en la que hasta el obrero quiere ser mejor que el obrero. La fragilidad de la masculinidad.
“El heteropatriarcado nos afecta a todos. Las mujeres lo pasan peor, obvio, pero también los hombres están atrapados en unos roles (proveedor, fuerte, manitas, triunfador, activo, valiente) que son peligrosos. Tanto para ellos si no encajan como para las mujeres por los efectos que esa frustración masculina puede tener en la relación con sus parejas, por ejemplo. No comparo el sufrimiento del hombre y de la mujer. La mujer se ha llevado la peor parte y eso no es discutible. Pero también los hombres tenemos que liberarnos del corsé si queremos crear una sociedad más igualitaria”
El miedo a ser como otro, que el otro sea como tú, no ser como los demás esperan y cómo esos contrastes nos condicionan: Trabajo y familia, padres e hijos, abuelas y madres, herencia y aspiraciones. Un tejido cuyo centro es la mujer obligada a evitar el descosido, ejerciendo todos los roles posibles sin descuidar el de ama de casa.
Padre trabaja duro = hijo hace lo mismo
Madre cuida de la familia para acabar siendo cuidada cuando es abuela = hija hace lo mismo
Los diálogos de su madre en Jávea son reales. Ella matiza las historias que cuenta y es imprescindible porque surgen tras su lectura. El contraste adquiere un peso que se traslada a la historia, llenando un vacío con respecto a sus recuerdos y enfatizando cómo cambian en función de quien los cuenta.
“Intento ser fiel a cómo lo veía en cada momento, aunque ahora mi mirada sobre ciertos acontecimientos ha cambiado. Ya no soy ese niño arisco que visitaba a sus abuelos y se limpiaba los besos que le daban de la mejilla, ni ese jovencito estúpido que juzga con altivez a sus compañeros de trabajo. Nos engañan las fotos. Mis recuerdos, como se ve en la novela, son en ocasiones diferentes a los de mi madre. Cada persona se relata sus recuerdos para quedar bien y justificar sus actos. Nuestra vida es una mentira más o menos coherente“
De ahí surge la dependencia. La familia, la familia y el dinero como “una forma de independencia” y de todo lo contrario. El retrato de los hippies que viven de sus padres ricos siempre me ha hecho reír para evitar enfadarme. Sus lecciones de vida desde el piso pagado, las carreras en Estados Unidos y los años de conocerse a sí mismos con una mochila que cuesta lo mismo que el IBI son desesperantes. La gente con dinero que quiere aparentar no serlo tiene su parte cómica. La urgencia y el miedo de la clase obrera son secundarios para ellos porque el tiempo se puede comprar, “el dinero establece diferencias incluso en el carácter”. Aún así insisten en contarte sus problemas para tapar sus veranos en chalets. No se trata de juzgar su condición sino su esfuerzo por ocultarla. ¿Vives en una ciudad con playa? Mira hacia allí y les reconocerás enseguida. Odio la playa porque es un símbolo de poder.
¿Quién va a emprender sin un colchón financiero?
¿Quién va a hipotecar lo que no tiene?
Parafraseo a Alberto porque yo no sé decirlo sin ser ofensivo: “Es algo casi heroico que los de arriba no ven. Porque les es más cómodo pensar que son mejores que los de abajo y por eso consiguen más éxito. Lo cual es un pensamiento muy estúpido pues a poco que analices el punto de partida vemos que no hay igualdad de oportunidades”. Esos condicionantes evitan verse en el otro, empatizar y reconocer los prejuicios. Esto también sirve para entender la inmigración: hablar sobre el español en el extranjero como alguien estigmatizado es imprescindible para entender a quienes llegan aquí para sobrevivir. Porque parece que, en un país de exiliados por el franquismo, los inmigrantes son un problema.
“Es como si no quisiésemos verlo. Mejor pensar que no nos ayudaron, que lo hemos conseguido gracias a nuestro esfuerzo y valía. Que los que no llegan es que no se esfuerzan lo suficiente, que son perezosos e incompetentes tal vez. Es uno de los estribillos sociales que más repetimos. Y así nos va, tomando pastillas para la ansiedad o para dormir porque la presión es insoportable”
¿Qué tiene la culpa de todo? El amor. El amor en todas sus variables: familia, pareja y amistad: Romanticismo Capitalista. El amor que genera enchufismo, corrupción, herencias, relaciones interesadas, celos y los conflictos que conlleva. Alberto utiliza las sociedades mediterráneas con Jávea como ejemplo para representar esas relaciones corruptas a través del humor. Amar hasta lo perjudicial.
En Jávea reconozco no solo a Jávea, identifico la condición de Alicante, Torrevieja o Calpe, entre otras como ciudades que han quedado reducidas al turismo. Sitios en los que solo se puede ser guiri, turista de segunda residencia o alguien con suficiente dinero como para tener una casa en el centro y otra en la playa a cinco minutos en coche, madre o abuela, rico o pobre, padre o hijo. El que sirve o al que le sirven. Jávea describe el mundo a escala provincial.
“Te crees buena persona porque quieres mucho a tu madre, pero te equivocas”
Escritor, periodista cultural y librero en la librería 80 Mundos. Codirector de todo esto. He colaborado en medios como eldiario.es o Le Miau Noir. Formo parte de la antología Árboles Frutales (Editorial Dieciséis, 2021) y Odio la playa (Cántico) es mi primer libro.