Sólo hace falta un nombre para convertir un susurro en un grito de realidad. Una simple palabra que dote de significado a una figura es lo que se necesita para convertirla en real. Un nombre. Nos hemos acostumbrado a utilizar denominaciones para casi todas las cosas y así elaborar nuestro propio esquema mental y configurar nuestra visión del mundo. El problema es que muchas veces los nombres no son suficientes.
Cada año vuelve a ocurrir: la industria musical se disfraza de Bill Murray para seguir tropezando una y otra vez con la misma piedra. Un baile de estereotipos y clichés balanceándose al son de una música cada vez más caduca y denostada por los propios prejuicios de la industria y su obsesión por etiquetar cualquier producto en base a unos parámetros completamente obsoletos. Unos mandamases que intentan racionalizar una música que ya no puede ser racionalizada -o al menos no bajo esa concepción arcaica de géneros sólidos- pero a la que se encorseta y se le prohíbe crecer como debería. O como su evolución natural indica.
Toda historia se repite y los Grammy latinos de 2018 vuelven a cometer el absurdo error de crear categorías temáticas que intentan encajonar géneros imposibles de definir. En la lista de nominados a mejor álbum del vertedero al que llaman ‘Música Urbana’ podemos encontrar candidatos como Ozuna y J. Balvin compartiendo nominaciones con otros como Tote King. Si bien es cierto que la música del sevillano es fácil catalogarla como ‘Rap’, no ocurre lo mismo con los dos artistas latinoamericanos, quienes se mueven en una gama mucho más amplia de la música, por lo que no tiene ningún sentido que ambos tres coincidan en una misma lista. Quién sabe si la obsesión de Sony por volver a proyectar internacionalmente el nombre de Tote King tendrá algo que ver.
La ceremonia de los Grammy de 2017 ya estuvo repleta de polémica tras las incendiarias declaraciones de Drake, donde decía no entender por qué había ganado el Grammy a la mejor canción de Rap con “Hotline Bling”. Dejaba entrever que esta canción no era de Rap y que a él se le seguía considerando como un artista de este género musical a pesar de que muchas de sus canciones no lo fueran. Es más, el artista canadiense se preguntaba si el premio que ganó era consecuencia directa de su color de piel. En aquella edición, la categoría de ‘Música Urbana’ estaba copada por artistas tan dispares entre sí como Anderson .Paak, Rihanna o Beyoncé pero que comparten un componente racial en común.
Las discográficas y los medios de comunicación tienen una enorme necesidad de etiquetar a sus artistas en un género musical concreto para así poder vender el producto de forma más eficiente. No obstante, la nueva generación de músicos ya le ha dado la espalda a todas estas concepciones y se niegan a ser encadenados a un solo género musical. La generación post milennial ha nacido en una era interconectada nutriéndose de influencias de diferentes músicas y convirtiendo sus canciones en un crisol de estilos. La versatilidad del fallecido XXXTentacion era consecuencia de sus influencias. Como la de Kali Uchis, Trippie Redd, Lil Uzi Vert y Ozuna. En España tenemos algunos ejemplos -muchos menos- como Kaydy Cain, Mc Buseta o Yung Beef; artistas multidisciplinares que van saltando de un género a otro sin atender a etiquetas.
La NBA -importante medidor de tendencias- ya ha vivido un cambio de paradigma similar durante los últimos años. En una liga donde domina la estadística y todo esta ultra normativizado, la aparición de jugadores altos (Anthony Davis, Antetokounmpo, Joel Embiid o Draymond Green) que puedan desempeñar funciones de pivot, ala-pivot, alero, tirar de tres o incluso subir el balón como un base ha supuesto una auténtica revolución para el juego y para el negocio. A este tipo de jugadores hace tiempo que las etiquetas de ala-pivot o alero se les quedan muy pequeñas y los equipos, en muchas ocasiones, ya han dejado de lado las posiciones estáticas para adaptarse a un nuevo entorno mucho menos estático que requiere otras necesidades. Sin embargo, la industria musical sigue reacia a aceptar que el tiempo cambia paradigmas intentando limitar el océano con las manos.
Todas esas etiquetas sobre géneros musicales homogéneos y cerrados no tienen sentido en la actualidad porque la cultura de masas los ha engullido a -casi- todos. La industria muta por momentos obligada siempre a mirar hacia adelante; a un mundo donde la música es libre y cambiante. Donde la mercantilización del tiempo de las personas ha enterrado los álbumes de 45 minutos y ha elevado a las mixtapes y los singles -listas de Spotify mediante- a lo más alto. Y en una industria musical adaptada a los tiempos que corren las etiquetas solo deberían servir para relanzar la carrera de alguna vieja gloria; de la misma forma que los Grammy, premios carentes ya de sentido convertidos en una herramienta para contentar a las minorías étnicas de Estados Unidos.
La diferencia de lo que teníamos a lo que hay es sólo un nombre.
Sociólogo retirado y periodista amateur. Escribo de música porque es lo que ahora mismo me llama la atención, el día que deje de hacerlo me verás escribiendo sobre otras mil cosas: cómics, cine, literatura… lo que sea. He estado en mil y un proyectos pero nunca como en casa.