Creada para representar a modo de performance un sentimiento común que nació después de los bombardeos atómicos de Hiroshima y Nagasaki, la danza japonesa Ankoku Butoh emergió como una búsqueda de identidad refugiándose en los valores tradicionales, en contra de la modernización en el siglo XX.
Esta danza rechazaba la acelerada modernización surgida en 1853 a raíz de la llegada del comodoro Matthew Perry y la armada estadounidense. En esas circunstancias se generó una amenaza implícita, forzando la apertura de las fronteras comerciales que mantenía Japón con Occidente, mediante el Tratado de Paz de 1854. El país se vio desprovisto de orgullo e identidad nacional, debido a las derrotas bélicas en las Guerras Mundiales, las bombas atómicas y la implantación forzosa de un gobierno de ocupación estadounidense. Éste fue el caldo de cultivo que generó un sentimiento de rechazo en algunos sectores de la sociedad preocupados por el legado cultural tradicional. Para sobrevivir en este nuevo escenario de grandes potencias mundiales, tenían que modernizarse a paso forzado, con todo lo que ello podía implicar a nivel industrial, político y social.
Dos personas se manifestaron como los creadores de esta danza y arte escénica: Kazuo Ohno y Tatsumi Hijikata. Ambos trabajaron juntos entre los años 1950 y 1960 compartiendo una fuerte raíz común acabaron desarrollando dos vertientes de lo que sería la danza Ankoku Buto: Ohno se centró más en la tendencia improvisada e iluminada, mientras que Hijikata asentó las bases ideológicas y artísticas desde una perspectiva más oscura.
Ambos tuvieron la misma clase de infancia -la vida rural de principios del siglo XX- y utilizaron este recurso para aludir simbólicamente sus vivencias en la danza Butoh, rompiendo con los estándares preestablecidos dentro de las artes escénicas y la concepción estética del arte. Pretendieron encontrar un nuevo estatus para el cuerpo físico que conllevara movimientos involuntarios, convulsiones, colapsos y hasta distorsiones faciales o corporales.
Como rechazo a todo aquello proveniente de la americanización, la danza Butoh puso el foco en los vanguardismos europeos, aprovechando la gran influencia artística que Japón recibió en la primera mitad del siglo XX. Esta danza se centra en el diálogo entre el cuerpo y la oscuridad, convirtiéndose en una poderosa deconstrucción y subversión de la modernidad. Las nuevas corrientes iban acompañadas de concepciones ideológicas, filosóficas y debates sobre la estética que eran nuevas para Japón, causando una serie de conflictos internos y un entendimiento superficial y sin estructura de cuestiones sobre la belleza, arte o estética. Debido a este tipo de malentendidos, se adoptaron como válidos ciertos cánones estéticos extranjeros sin un cuestionamiento o desarrollo previo que acabaron asentando unas bases estéticas desprestigiando cualquier manifestación artística que no entrara dentro de su marco reglado.
Por supuesto, Ankoku Butoh no entraba dentro de sus reglas, y este hecho no hizo más que reforzar su significado. Hijikata y Ohno lograron invertir la conciencia estética predominante, encontrando lo bello a la vez que delicado en lo feo y grotesco.
La primera ruptura anunciada con la comunidad del baile, la cual seguía unos estrechos patrones canónicos, fue en la primera actuación de Butoh llamada Kinjiki, realizada en la sexta actuación anual de recién llegados de la Asociación de Danza Artística de Japón el 1959. A diferencia de otras artes escénicas, Butoh demostró romper con lo establecido mediante movimientos toscos y rígidos, enfatizando la tensión muscular. El uso de la energía era extremadamente importante, pero sobre todo saber concentrarla dentro de un movimiento mínimo. El Butoh combina quietud y tensión, difuminando la línea que separa la belleza de la fealdad, vida onírica de vida real a la vez que logra crear ambigüedad entre lo sexual y lo sagrado.
Intentando capturar la esencia desaparecida de la tradición, además del autoconocimiento del ser y el cuerpo, Hijikata inicia su búsqueda de una cosmología personal. Crea un universo con lógica que celebra la oscuridad, expresión opuesta a la estética moderna higienizada. La muerte, el envejecimiento, la enfermedad y la discapacidad, que muchas veces aludían a las consecuencias atómicas de las bombas, eran los temas principales y predilectos para la representación. Aprovechando el momento de nostalgia premoderna que barría el país, Hijikata introduce alegorías del mundo rural para llegar al subconsciente de los espectadores.
La danza se consagró a sí misma como única en su categoría, evolucionando a lo largo de los años con los diferentes discípulos de los creadores. Uno de ellos es Maro Akaji, que en 1972 crearía el grupo de Butoh Dairakudakan Temputenshiki. En su propia versión de la danza Butoh, resalta la deformidad, la anarquía y la desesperación. Su objetivo es ser la nada que logra eliminar el ego y encarnar aquello a representar. Esta exploración de la psique se lleva a cabo para transformar el cuerpo, la mente y el ser para alcanzar finalmente el auto-conocimiento.
Ankoku Butoh no es solo una danza o performance, a partir de la técnica artística se inicia una búsqueda interior. Esta evolución personal pretende eliminar los rastros del condicionamiento social y el uso convencional del cuerpo. No tendrá barreras ni tensiones para ser y vivir aquello representado, una vez se alcance la eliminación del ego, el cuerpo debe experimentar la nada para colmarse de significado.
Graduada en Historia del Arte en la Facultad de Filosofía y Letras y Minor realizado en especialización sobre Estudios Culturales Asiáticos en la Facultad de Traducción e Interpretación de la UAB. Estudió las representaciones artísticas de la cultura japonesa, pertenece a la Asociación Cultural del Jap, imparte cursos en Casa Asia y participa en un comisariado en el MUEC (Museu Etnológic i de Cultures del Món de Barcelona).