Al periodista Xavier Aldekoa (Barcelona, 1981) le apasiona hablar de África. Se le nota en el brillo de la mirada, en el modo en que describe las historias que ha vivido allí y en la defensa férrea de un continente que lleva narrando desde los veinte años. El corresponsal de La Vanguardia y cofundador de Revista 5W es hoy un reputado periodista freelance que reivindica la importancia del territorio africano e intenta darle visibilidad y dignidad a través de sus crónicas y sus libros. Al igual que hizo con Océano África (2014) e Hijos del Nilo (2017), en Indestructibles (Ediciones Península) intenta comprender para después podérnoslo explicar.
Su último libro recorre 18 países africanos y cuenta las luchas cotidianas de ‘’gente que no se rinde, que intenta salir adelante’’. Aldekoa dice que todas las victorias son hijas de un intento y cuenta que quería que se reflejara en el título su voluntad por tratar a las personas ‘’más allá de la herida’’.
Hablas de África como un continente silenciado. No suele estar en la agenda mediática. ¿Hay una falta de interés?
Los medios de comunicación informan de lo que es influyente en occidente porque tiene más impacto en nuestro modo de vida. Por eso un tweet de Trump o un secuestro en una tienda de Australia tiene más cobertura que una noticia en África. Se le da más visibilidad a lo que nos afecta directamente. Cuando el ébola nos roza, de pronto aparece en las noticias como si fuera nuevo. Yo veo más interés por África de lo que reflejan los medios.
Mencionas el concepto de la víctima frente al salvador blanco. ¿Esa actitud de superioridad se refleja en la forma en la que nos acercamos a África?
Sí, y no es nuevo. Siempre ha habido un desconocimiento y una visión regulada por el paternalismo y el miedo. La sensación que tengo es que los medios nos hemos fijado demasiado en las sombras, porque a nivel mediático llama más la atención. A ciertas ONG probablemente les interesa porque el niño con cara triste hace que el donante abra el bolsillo. Eso se ha ido perpetuando y es un error. Claro que hay que contar las cosas negativas, pero nos estamos perdiendo mucho detrás. Hay una generación de periodistas jóvenes, casi todos freelance, que están intentando cambiar ese discurso.
Es un discurso que la gente compra cuando viaja allí. ¿Hay cierta hipocresía en los viajes solidarios, en la actitud de las figuras públicas que dan visibilidad al continente?
No sé si la palabra es hipocresía. Mi abuela siempre me ha dicho que el infierno está empedrado de buenas intenciones. A veces nos equivocamos en la forma en la que nos aproximamos a las cosas. Con buenas intenciones te puedes acercar a una realidad e ir a confirmar tus prejuicios. Hay una parte de los viajes solidarios que me parece positiva, ciertas personas desarrollan empatía con un sitio del que no sabían nada. Pero los viajes superficiales, en los que sólo buscas aparentar y lucirte en las fotos, no sirven de nada. Me molesta escuchar afirmaciones como: ‘’son felices con poco’’. Yo he visto muchas veces a niños que no tienen nada y te aseguro que no son felices. Una cosa es que tengan otros valores y otra manera de vivir. Es importante cambiar las preguntas y poner en duda cosas que dabas por hecho. Hay que escuchar más.
Hay un trabajo de empatía, ¿no?
Es clave. Es lo que nos permite entender al otro y entendernos a nosotros mismos. Es importante ampliar la mirada, repensar nuestro mundo. Todos tenemos prejuicios, yo el primero. Puedo creer que no los tengo, pero ahí están.
¿Qué errores has cometido por tenerlos?
Los más peligrosos son aquellos que tienes cuando crees que te conoces la historia de sobra. Yo he juzgado la manera en que la gente afronta el dolor por su reacción externa. En Etiopía, una región donde hay una mortalidad infantil muy alta en el parto, una mujer me decía: ‘’Tengo cinco hijos y tres muertos’’. Para nuestra cultura, una madre dolida por la muerte de su hijo expresa su dolor llorando. Yo asociaba la crudeza con la que se expresaba con el dolor que pudiera sentir. Eso me coloca a mí en el centro, cuando quien debe estar en el centro es la mujer.
¿Qué fallo recuerdas especialmente que te haya servido para aprender?
Recuerdo lo que me ocurrió con una niña que había sobrevivido al ébola, en Sierra Leona, pero había perdido a sus padres. Estuve con ellas varias horas y me dio la sensación, por como interactuaba conmigo, de que estaba bien. Empecé a hacerle preguntas y entró en shock. Nunca he utilizado esa historia, pero me supo muy mal. Las señales que yo estaba interpretando no eran las correctas. Si evalúas las historias en función de como las vivirías tú, es probable que te equivoques.
En el tema de los niños soldado evitas caer precisamente en eso, te alejas del relato del bien y el mal.
Está bien asumir la complejidad sin etiquetarla. No creo que la etiqueta de bueno y malo ayude. A veces tengo la sensación de que tenemos que explicarle al lector lo que tiene que pensar. Los niños soldado son niños a los que les obligan a disparar, les obligan a matar a su familia. Pero luego ellos toman decisiones como matar a palos a un abuelo para robarle veinte euros. Yo no puedo juzgar esa situación desde mi posición de occidental privilegiado con la barriga llena, porque sería injusto.
¿Respetar la complejidad de lo que narras implica no emitir ningún juicio de valor?
Yo sólo intento hacer mi trabajo, que creo que es observar e intentar entender lo que me explican y luego presentárselo a la gente para que a su vez reflexione. Mi trabajo no es juzgar a nadie. Mira, conocí a una señora en la frontera de Somalia que tenía una vecina que se volvió loca y le dió al niño para que lo alimentara. Ella decidió no hacerlo. Era un niño que estaba en los huesos, y cuando le pregunté por qué no le daba de comer, me señaló a sus tres hijos. ¿Esa señora es una mala persona, o es una señora en una situación desesperada? ¿Tú qué harías? No son situaciones que se puedan juzgar.
¿Cómo se separa el dolor de la necesaria objetividad periodística? Es una línea muy fina.
Para mí no es una fina, es una línea descaradamente grande. Un periodista puede preguntar por el dolor, pero si sólo está interesado por el drama y el relato del trauma provocado, va a provocar rechazo. Debe importar la persona que hay detrás, no la carnaza del dolor. Si a alguien le falta una mano y sólo le pregunto por la mano, la estoy reduciendo a eso. Un periodista debe entender que esa persona tiene mucha más historia que la de su mano. A mí me interesa lo que era antes de que le ocurriera esa desgracia, y también lo que le ocurrirá después.
Entre las historias que narras, hay varias de la migración. Vemos una madre que espera a sus hijos, una abuela que no sabe si volverá a ver a sus nietos. ¿Cómo enfocas el tema?
Mi intención es cubrir la migración más allá del movimiento. Siempre se habla de la gente que se mueve para ir a Europa, pero también tiene mucho que ver con la gente que se queda y echa de menos a los suyos. Como la abuela que se va al marabú de la aldea para ver si pueden decirle dónde está su nieto, o como el chaval que tuvo miedo al llegar a Libia porque le hicieron de todo y tiene demasiada vergüenza de volver a casa, y por eso se queda en Níger parado y desesperado sin saber qué hacer. Cuando empiezas a preguntar sobre la vida a la gente que migra, te das cuenta de que el motor verdadero es el amor a los suyos, y eso es algo que normalmente se trata muy de pasada. A mí me decían en Niger: ¿Cómo me voy a arriesgar a que me torturen, a que me violen, a morir en el mar ahogado, por un coche más grande? ¿Cómo vas a hacer todo eso únicamente por motivos materiales?
¿Por qué crees que suele plantearse la migración como una cuestión negativa? Incluso en ciertos medios, se presenta como una amenaza.
Porque hay muertos, porque hay miedo y sobre todo porque hay una cuestión económica detrás. Los migrantes no son individuos peligrosos que caminan solos, son familias y aldeas enteras que luchan por salir adelante. En una Europa envejecida donde tenemos tantos problemas, entre ellos el pago de las pensiones, que vengan tantos jóvenes con fuerza y ganas para ayudar a que la economía mejore y a la vez que puedan ayudar en sus casas de origen, debería ser algo positivo. Si miramos a los países que más han avanzado en los últimos siglos, todos han tenido un aspecto en común que es la migración. Han salido adelante por esa fuerza extraordinaria de gente que ya no tiene nada que perder.
¿Se puede aprovechar esa fuerza sin una integración real?
Es imprescindible que la haya. La integración no es un piso de acogida y que duerman ese día en un refugio. Es hacer un esfuerzo real por superar los problemas que surgen de una migración. Cuando hay guetos suceden problemas. Pero es que la política debe solucionar problemas.
¿Crees que los políticos no han hecho nada positivo en este tema?
Rotundamente no. No sólo no lo han hecho, sino que han actuado de una manera obscena. Han impedido que se rescatara a gente en el mediterráneo. Han subcontratado a las fronteras en Niger, en Algeria, en Libia… En países que no respetan los derechos humanos, para que no se mueran en nuestras fronteras. Están dejándose llevar por el discurso del miedo. Europa sólo tiene sentido como una agrupación de países que se basaron sobre todo en una cuestión económica, pero también en unos valores a la democracia y los derechos humanos. Eso para mí no es hueco. Cuando tenemos problemas en los que hay que actuar en base a esos valores, el miedo gana. No se ha estado a la altura.
Sin embargo muchos de los principales partidos políticos sí están de acuerdo en mejorar las políticas migratorias. De hecho, es de los pocos temas en los que hay mesas conjuntas. ¿No ves un horizonte al que agarrarse?
Me da igual el horizonte. Ya lo tenemos aquí. El fenómeno migratorio más bestia de refugiados lleva aquí cinco años y lo único que hemos visto es miedo a que salga el Open Arms. Ese miedo a que les rescaten ‘’por si vienen aquí algunos’’. Y además está esa sensación de que todo esto fuera una situación creada del cielo, como si no hubiera responsabilidades al respecto. Nosotros tenemos una responsabilidad también en lo que ha ocurrido en África y deberíamos actuar en consecuencia.
¿Qué parte de responsabilidad tiene Occidente?
Se nos da muy bien pedir perdón pero la historia de África no se entiende sin el abuso de Occidente. Nosotros vivimos muy bien porque a lo largo de la historia hemos abusado de otras partes del mundo, no sólo de África. Habrá que remangarse la camisa y empezar a hacer algo para que la situación esté más igualada. Antes un chico de Congo que vivía en Cassai no tenía presente la existencia de Europa. Ahora un chico de Cassai mira su móvil y sabe cómo vivimos aquí. Ese chico puede saber cuánto tardaría en llegar hasta aquí. El mundo se ha hecho pequeño y ha generado otro contexto, pero aquí seguimos como si nada hubiera cambiado. Seguimos optando por el discurso del encierro, de las vallas, a ver si estos privilegios que llevamos mucho tiempo manteniendo pueden conservarse intactos.
¿El periodismo puede servir para desmontar ese discurso? Reivindicas las crónicas de larga distancia.
Depende de qué tipo de periodismo. Cuando hablo de crónicas de larga distancia, me refiero al periodismo hecho con rigor, con tiempo, con mimo y con respeto.
Y con recursos, entiendo.
Los recursos son necesarios, pero no es un problema del lector. No digo que no tenga importancia, pero lo que define al periodismo de larga distancia es la calidad del producto, no las dificultades de éste. Los médicos han sufrido recortes increíbles, pero siguen haciendo su trabajo lo mejor que pueden. Dan el mejor servicio posible. Yo defiendo que los periodistas debemos hacer lo mismo.
¿Se puede fomentar un periodismo de calidad sin recursos? ¿No crees que la excelencia depende, en gran parte, de los recursos?
No debería. No podemos poner la excusa de que no hacemos el periodismo que queremos porque los medios de comunicación estén hechos una basura. El camino hacia la excusa es muy rápido, y lo peor de las excusas es tenerlas. Las dificultades están ahí, pero nuestro trabajo tenemos que defenderlo nosotros. Uno defiende lo que firma, y no me vale la excusa de decir que el medio de comunicación le ha obligado a uno a escribir algo. ¿Que es difícil, que cada vez se queda más gente fuera? Sí, pero siguen sin valer las excusas para ejercer mal el oficio.
¿Qué medios defienden ese concepto de periodismo?
Los medios de comunicación me han parecido siempre una generalización rara, porque cuando te metes dentro te das cuenta de que los medios son personas. A mí no me gusta enarbolar banderas, ni atacar o defender a gente. Por ejemplo, la revista desnivel hace un curro intachable, pero eso no quiere decir que defienda a desnivel entero. Dentro de la Vanguardia hay gente excelente y gente que no.
Revista 5W es quizá el único medio en el que puedo suscribir a todos los periodistas, porque les conozco. Con ellos me voy a donde sea, porque les veo trabajar con una pasión y con un compromiso enormes. A mí me gusta ver cómo entiende esta gente el periodismo. ¿Todo el mundo es así? No, pero tampoco me parece bien subirnos a un pedestal y sacar una bandera como si nosotros hubiéramos inventado esta profesión. Es estúpido y prepotente. En los medios tradicionales hay de todo.