un árbol vulgar I

Este dolor no es mío sólo.
Pertenece a una experiencia colectiva sobre la escritura del acoso.
Hoy estoy aprendiendo a contar esa historia.

I.

Cuando ellos decían píntate las uñas, todo el peso del género caía sobre mí. Notaba una capa pesada de pintura atravesándome la piel. No era belleza, sino sus escupitajos. Mis primeras humedades fueron su saliva. Algunos animales escupen como método de defensa. ¿Acaso yo había invadido algún territorio inexplicablemente rico en la parcela de cien metros cuadrados que ocupaba el patio de nuestro colegio? No era miedo el sentimiento que les contraía la boca de desprecio, no sabré nunca qué sentían, cuánto rechazo cabía entre sus dientes llenos de caries y restos de bocadillo de media mañana.
No tenía uñas para defenderme porque me las mordía. La ansiedad debilita las células que conforman las uñas de las manos y de los pies, las rompe y anula como si fueran muñones de arañazos. Me comía el miedo a través de restos y saboreaba la arena de las caídas cuando todos los empujones iban uno detrás de otro, como en Educación Física. Una persona no puede pintarse las uñas que no posee. Hoy, han crecido las uñas, frágiles, apenas tengo pulso y, si alguna vez me las he pintado, ha sido de rojo sangre por todos aquellos puñetazos que no di cuando era niña.
Ya no puedo arañarles la cara con la rabia que se merecían ni devolverles ni la saliva ni el sudor de aquellos recreos. Sólo puedo escribirles con el mismo odio ingenuo e inmaduro que sentía entonces, con la misma ridícula impotencia.

II.

Con el sudor sé cómo huele mi miedo. Quemo calorías para seguir oliendo el pasado y no repetir la misma historia, es decir, aquella en la que hago daño imitando las mismas dinámicas de acoso que me hicieron a mí. Tengo que recordarme que no debo ejercer dolor. Cuido la alimentación, apenas como carne por no comer gritos heredados. No como pan porque es la carne del salvador y nadie me salvó a mí, tampoco me salvarán los hidratos de carbono que obstaculizan el ritmo circulatorio de mi corazón. No bebo vino por ser su sangre, no bebo porque no podría parar de beber si lo hiciera. El alcohol es hipnotizar al miedo. Necesito sudar para que el susto sea una oración continua hacia el bienestar. Aprensión y esfuerzo. Necesito olerme a mí misma aunque el miedo huela mal.

III.

Por estadísticas, alguno de mis acosadores habrá muerto ya.
Por estadísticas me refiero a cualquier referencia menos la edad (nos quedamos atrapados en el patio del colegio, vulgarmente ingenuos).
Me refiero a las enfermedades y a los accidentes de coche, a los homicidios y a los suicidios, me refiero a cuántas personas podrían llorar en un funeral por ellos/ÉL.
¿Habría alguien acaso capaz de llorar por ti?

Deja un comentario

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.

Close

Síguenos