Las cursivas se inclinan imitando el trazo que suele crearse escribiendo a mano. Las cursivas se inclinan como dejando caer todo su peso a la pierna derecha, buscando una estabilidad cómoda sin descuidar la naturalidad. Las cursivas están cansadas.
“Es necesario decir que nos damos cuenta. Todas. Por lo demás me da igual”
Con Tras esa montaña está la orilla (Amor de Madre, 2020) he vuelto a la ciencia ficción. Eva Cid escribe enfrentando distopía con utopía, Crisis con Ónfalos, futuro con presente, cursivas con nocursivas. Aquí el futuro se construye con el pasado y traspasa esa idea de artificialidad futurista eliminando espacio y tiempo para encontrar el presente en lo que narra el libro.
Aquí solo existe la inclinación. La supuesta normalidad es reconocible y no supone ningún esfuerzo entender lo que pretende hacernos. Pero, cuando las cosas se tuercen, giramos la cabeza en esa misma dirección para intentar verlas como creemos que deben ser. Las cursivas te hacen inclinar la cabeza hacia la derecha por muy leve que sea el gesto. Son importantes pero están cansadas.
Las reflexiones, Los diarios de Lilith, los discursos, los sueños, los pensamientos intrusivos y el eco de una ausencia son cursivas. Por escrito (el libro) y en lo que vivimos (leemos). Cid no busca crear capas en las que entender Tras esa montaña está la orilla, lo que persigue es generar espacios subterráneos en los que preparar lo que viene después. Mientras las protagonistas viajan hacia un punto común cargando con sus vacíos, las cursivas nos obligan a tener en cuenta elementos que podrían pasarse por alto y son los que marcan realmente la historia. No tanto por el libro como por el mundo en el que se basa para escribirlo.
“—Armas que atentaban contra nuestra supervivencia
en pos de una retorcida idea de libertad. Dispositivos diseñados para robarnos nuestros recursos. Nuestro principal
y más esencial recurso.
—Con recursos quieres decir mujeres, ¿no?
—Dicho así no suena demasiado bien, ¿no crees? El
recurso es la capacidad reproductiva. Las personas no
son recursos, son personas, claro.
—Claro”
Al final, lo que prevalece es que están cansadas y los cuidados son lo que las mantiene vivas. Sintéticas, robot, refugiadas o fugitivas; mujeres. Es imposible vivir sin pensar que al otro lado del océano existe un lugar en el que la reclusión, la imposición de producir y procrear convirtiéndolas en meros recursos es la norma. Es imposible vivir en ese lugar sabiendo que fuera existe otra forma de vida.
Entonces es cuando entran en juego dichos espacios subterráneos, comunes. Si tuerces la mirada encuentras el pasado que lleva a las protagonistas a su presente. “Una historia de dos ciudades embrujadas por el fantasma del océano que las separa” y el pasado común que lo hace todavía más. Cid te reconcilia con una ciencia ficción que pensabas que no existía porque siempre leías lo (a los) mismo (mismos).
Si el cuerpo es “una prolongación igualmente rígida de aquello dedos”, Tras esa montaña está la orilla es la prolongación del mundo que pisamos a diario. Ya sabemos cómo funciona la historia de una distopía, su mensaje e intenciones, pero la escritora te guía por esa artificialidad creando un submundo de cursivas que da el peso político y narrativo a la lectura sin restarle importancia a lo que sucede.
Tras esa montaña está la orilla se puede resumir con las palabras con las que cierra Eva Cid uno de sus textos sobre Twin Peaks: The Return en la revista Cactus: “La oscuridad sigue estando ahí, los búhos nunca son lo que parece, y las víctimas seguimos siendo las mismas”.
“Cuando despertemos, habremos despertado”
Escritor, periodista cultural y librero en la librería 80 Mundos. Codirector de todo esto. He colaborado en medios como eldiario.es o Le Miau Noir. Formo parte de la antología Árboles Frutales (Editorial Dieciséis, 2021) y Odio la playa (Cántico) es mi primer libro.