Skam (España): Son mis amigas

Lo admito, estoy enamorada de Skam. Me enganché en la segunda temporada, pero la tercera está resultando una sorpresa. Para quienes no conozcan la serie, es la versión española de la serie original noruega, producida por Movistar (que con sus producciones está dando muchas alegrías) y por Zeppelin TV. Skam España tiene todo lo que echo de menos en las series de Netflix cuando tratan la inclusividad y la diversidad en nuestras vidas: que sea real. Skam lo consigue.

Lo que viene a continuación es una carta de amor; no tengo palabras para expresar por qué este tipo de ficciones son tan necesarias para los jóvenes (y para los que no lo son) en un mundo que está creado para que nos equivoquemos en medio de la confusión existencial de nuestra época. Ojalá en mi adolescencia hubiera habido un Skam que me hubiera motivado a tomar las decisiones correctas y atreverme a decir lo que sentía y lo que pasaba a mi alrededor. Todos nos podemos identificar en sus historias. ¿Quién no ha sido chaval? ¿Quién no ha salido con sus amigas por el barrio y ha bajado al centro, ha tenido peleas con sus padres y se ha enamorado como una idiota? A veces correspondido y otras veces nos caía encima la dura y fría realidad y ahí estaban los colegas para pasar el mal rato.

Me he vuelto a ilusionar viendo a Cris —la amiga fiestera y despreocupada, la que cree mucho en el carpe diem y poco o nada en el compromiso— enamorarse perdidamente de quien menos lo esperaba: Joana, la chica nueva del instituto, tan misteriosa como irresistible. Las primeras miradas, cómo saber si le gustas; ¡pero si es una chica! Sin dar por sentadas las preferencias sexuales de ambas, ¡bendito sea!. He ido viendo, capítulo a capítulo, cómo su historia tomaba forma mientras los pequeños problemas del día a día también se plasmaban en la ficción: peleas con padres, amigos, hermanos. He estado confusa con Cris cuando Joana le cuenta cómo sufre de Trastorno Límite de Personalidad y cómo trataban de superar las dificultades juntas, con sus riñas, sus más y sus menos. He sentido el calor de la amistad cuando sus amigas se preocupaban por Cris, y como Amy (Amira), su eterna mejor amiga, le apoyaba en todo y le ayudaba a entender qué es la bisexualidad; por fin se trata de manera abierta y sana sin caer en estereotipos fáciles y estigmatizantes.

Amira, amiga de Cris, del barrio de toda la vida, musulmana, es un acierto de personaje. Ya iba siendo hora que se reflejara la realidad social en las historias que contamos porque hace lustros que en las grandes ciudades la multiculturalidad es un hecho. La escena en la que Cris se sincera con Amy y le dice que le gusta Joana es bastante fiel a la esencia de la serie y a lo que quiere transmitir; Amira le echa en cara a Cris que lleva días rara y ella no sabe cómo decirle que le gusta una chica y está liadísima, así que cuando se lo dice, Amy le increpa que por qué ha tardado tanto en contarlo y Cris le suelta: “Es que como los musulmanes le cortáis la cabeza a los homosexuales…”, a lo que Amira responde “¿Dónde has leído eso?” y Cris le dice “en Twitter”. Una lección de realismo y honestidad, como muchas de las que encontramos en esta ficción.

De la segunda temporada me quedo con el besazo en casa de Cris, en la azotea, con vistas a un barrio obrero de Madrid; siento que por primera vez no hay que reivindicar ser de clase trabajadora, sino que parece normal, ser LGBT y vivir en un barrio y que nadie te vea como una santa o un demonio, el bicho raro; simplemente existes, sufres y eres feliz o infeliz como el resto.

Os cuento la segunda temporada porque descubrí la serie con la historia de Joana y Cris, pero luego vi la primera —la que tiene más parecido con la original noruega— y me maravilló. La serie tiene un arranque brutal. Eva ha pasado todo el verano enamorada al lado de su novio Jorge sin salir con sus amigas y se encuentra sola el primer día de instituto. Es el inicio del grupo tan variopinto de amigas al que acompañaremos en sus andanzas temporada tras temporada. A Eva le pasa lo que a todas nos ha pasado alguna vez, ser rechazada por tu grupo y quedarte sola y al pairo sin saber con quién juntarte. Cuando eres adolescente estas situaciones son jodidas pero también es maravilloso cuando vuelves a congeniar con alguien y encuentras un grupo tan maravilloso como el de la serie. En la primera temporada tendremos desde el inicio a Viri organizando el famoso viaje a Mallorca, que irá poco a poco vertebrando el grupo.

La tercera temporada ha sido la confirmación del buen hacer de los guionistas de esta serie. Personajes humanos con sus muestras de afecto y sus carencias, con problemas y el deber de seguir viviendo. Esta temporada está partida en dos, siguiendo las vidas de Viri (Elvira) —la amiga del grupo que sufre más penuria económica— y Nora, con unos padres a los que les ha ido muy bien en la vida. El inicio se la temporada es espectacular: Viri se prepara para salir de casa y al coger su chaqueta se da cuenta que está algo rota, reparando en lo precario sin recrearse en ello. Se muestra la vergüenza de tantísimos jóvenes cuando las cosas no van bien en casa, cuando comprarse una chaqueta es un lujo y no una sencilla necesidad; en España es mucho más común de lo que creemos.

El encuadre está partido en dos y, mientras a la izquierda vemos a Viri, a la derecha Nora se pone un abrigo nuevo. Al salir de casa ambas cogen las llaves (las de Viri salen con otras con la bandera de España). Viri coge el metro en Puente de Vallecas, Nora en Arturo Soria. Ambas han quedado en el centro con sus amigas (Amira, Eva, Cris y Joana) para organizar el viaje de final de curso a Mallorca, y Nora también ha quedado con su novio (el típico chico guapo del instituto). La temporada sigue con una Nora a la que su chico le deja y enseguida encuentra un joven universitario, amigo de su hermana, con el que mantendrá una relación bourgeois bohème al estilo francés, aunque pronto veremos que con él no todo es idílico, mientras Viri comienza a trabajar en un súper porque quiere ayudar en casa y también se meterá en líos por usar dinero de Mallorca para pagar facturas de sus padres.

Hay un momento clave en esta temporada: cuando Nora va a ver a Viri por el dinero que ha usado del viaje para pagar gastos familiares y Viri le dice a Nora que no todos han tenido la suerte de nacer en la casa en la que ella ha nacido, tener éxito y gustar siempre. Días después se reconcilian y Nora le dice a Viri que no debe sonreír siempre, que si las cosas van mal tiene derecho a quejarse, que ella está ahí y son amigas pase lo que pase. Y que ya se inventaran alguna excusa para buscar más dinero para el viaje de fin de curso.

El uso de los móviles también está muy bien tratado. A veces sirven para decir aquello que quizá nunca diríamos en persona o para ocultarnos detrás de una pantalla cuando las cosas se complican. Sigue en la línea de toda la serie: naturalidad. Y es aquí donde quiero hacer el apunte: cuando la amistad es de verdad mueve montañas, supera obstáculos y, sobre todo, clases sociales. Es de agradecer que no oculten nada de ambas amigas al tiempo que muestran que sus diferencias, lejos de ser un obstáculo, les permiten pelear juntas por ser mejores y superarlas. La diversidad es una bendición y no un problema; conocer a gente diferente nos hace poder entender todos los matices que tiene la vida y explorar caminos que nunca pensamos transitar. A veces es algo tan sencillo como eso: normalizar lo que ya existe, mostrarlo, hablar de la amistad, del amor sin que todo tenga que un culebrón o una historia imposible; si tenemos un amigo que lo está pasando mal debemos ayudarle; si somos privilegiados reconocer la enorme suerte que tenemos. Skam me ha hecho conectar con esa chica de barrio que siempre seré, aunque las circunstancias cambien, la que no acaba de entender qué tiene de especial ser de barrio al mismo tiempo que agradece enormemente que la ficción por fin se interese por la gente común sin hacer de ello una caricatura. Larga vida a Skam y a su especial canto a la amistad.

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