Hervé Guibert y la exquisita crueldad de sus palabras

“La imaginación es infinitamente más macabra que la realidad”
Hervé Guibert

Hervé Guibert fue un guapo hombre dotado con elegante belleza, aguda lucidez y una potente sensibilidad estética reflejada en su portentosa obra. Talentoso fotógrafo, cineasta brillante y escritor genial, fue arquitecto de narrativas teñidas de ternura, cinismo y sensualidad. Fue un experimentador de las tecnologías de la visualidad, con las que difuminó las fronteras entre ficción y realidad, la novela y la crónica, los sueños y sus recuerdos. Sus fotografías revelan un mundo fantástico, con decorados sublimes y atrayentes personajes. Sus composiciones visuales trasmiten una pasión desbordante, sus narrativas son extractos de placer y excitación sublime, sus imágenes inflaman la carne y convocan al deseo.

Nacido en Saint-Cloud en 1955, publicó en 1977 su primer libro La Mort propagande en la prestigiosa editorial francesa Gallimard. Le siguen Suzanne et Louise (1980), L’Image fantôme (1981), Les Aventures singulières (1982), y Fou de Vincent (1989), entre otros. Al mismo tiempo trabajó como reportero y columnista para la sección de cultura de Le monde, mientras creaba un amplio número de fotografías con las cuales hizo varias exposiciones. Entre sus logros más sobresalientes se encuentra haber ganado en 1984 el premio Cesar al mejor guion, por su colaboración con Patrice Chéreau, con quien escribió el guion de L’Homme blessé.

Es posible que uno de sus libros más conocidos y comentados sea Al amigo que no me salvo la vida, publicado en 1990, no sólo por declarar ahí públicamente su seropositividad, sino también por narrar de manera novelada la agonía y muerte de su vecino y querido amigo Michel Foucault, así como su tormentosa amistad con la actriz Isabelle Adjani. Junto con El protocolo compasivo (1991) y L’Homme au chapeau rouge (1992), Hervé publicó una valiente trilogía literaria consagrada al sida en un tiempo en el que la pandemia remitía al temor, el ocultamiento y la incertidumbre. A la trilogía, se añade un cuarto volumen, muy breve, titulado Cytomégalovirus, journal d’hospitalisation (1992), en el que narra un corto y angustiante periodo de internamiento, en el que teme estar al borde de la muerte. De igual manera, cuando su vida estaba por extinguirse, junto al productor Pascale Breugnot emprende el proyecto La Pudeur o l’Impudeur cuyo propósito fue filmar sus últimos días. Dicha película se estrenó el 30 de enero de 1992 en la televisión francesa. Unas semanas antes, el 27 de diciembre de 1991 Hervé murió a causa de complicaciones resultantes de un fallido intento de suicidio con digitalina.

Sobre su obra, es importante mencionar que hay varios libros publicados póstumamente, entre los que destacan el monumental Le Mausolée des amants: journal, 1976-1991 (2001), compuesto por escritos de su diario personal, y Lettres à Eugène (2013), un compilado de ochenta cartas de amor escritas por Guibert para Eugène Savitzkaya. Si bien fue un escritor prolífico, pocos de sus libros se encuentran traducidos al español: Al amigo que no me salvo la vida (1998), El protocolo compasivo (1992) y Los perros seguido de Las aventuras singulares (2000) fueron traducidos y publicados por Tusquets Editores. Ciegos se publicó traducido por la editorial Bassarai en 2004. Citomegalovirus, Diario de hospitalización se publicó en Argentina en el 2012 en la editorial Beatriz Viterbo. Hoy agradecemos y celebramos la publicación en la editorial Cabaret Voltaire de Mis padres.

Escrito con un estilo sencillo y contundente, Mis padres está compuesto por breves descripciones sobre hechos biográficos disimulados en ficción. Hervé nos comparte fragmentos íntimos de su vida con una prosa coloreada por afectos, logrando una captura efectiva y afectuosa inmediata en el lector. Las intrigas de los secretos familiares, junto con el hastío y la severidad de sus atribuciones, son hábilmente matizadas por instantes escriturales de erotismo, sensualidad y placer.

Un chisme malsano, un comentario malintencionado, es el detonante de una búsqueda por los secretos del pasado, las reminiscencias de la infancia, las vacilaciones de la juventud y los fantasmas del presente. Guibert no duda en desenterrar los cadáveres familiares y su indiscreción no hace más que dar espacio al decir de los rumores que ya buscaban su sitio en la historia personal de sus padres sobre los acontecimientos que los unieron, pero también sobre aquellos desencuentros y espinosas tensiones de su relación con ellos. Al final, pareciera que el libro es un intento implacable por discernir sobre los motivos de su origen, el escenario de su nacimiento, pero también una tentativa de reconstruir la propia memoria de su niñez, adolescencia y porvenir. Mis padres es un libro que indaga singularmente los misterios inconfesables de la propia existencia de Hervé.

“A mi vuelta de México, Suzanne desembucha todo: la historia de amor entre mi madre y el párroco, su embarazo, la estratagema de las dos amigas que casan a su sobrina y sobrino antes de que estos se conozcan, el chantaje por dinero, las amenazas de denuncia. Me dice que mi padre es un gánster, un aventurero, y que por eso tuvo que huir a Niza como un miserable: con el mismo chantaje, engatusó a una joven de buena familia para sacarle todo el dinero. Pero el plan no salió como él pensaba, de ahí que mi padre se viese huyendo y privado de sus pertenencias. Debo tener en Niza un hermanastro, tal y como ha dejado caer discretamente mi padre en alguna ocasión. Además, mi hermana no es mi hermana, sino mi hermanastra, la hija del párroco”

Sin embargo, ésta no es la anécdota más escandalosa, ni mucho menos la prenda más sucia de su hogar. Hay historias todavía más jugosas por contar. La delicadeza de los microrrelatos que nos va brindando Hervé, se asemejan a unas fotografías instantáneas que nos llevan a un frenesí contagioso, intrigante y excitante. De entrada todo parece consistente, pequeñas escenas habituales de comidas, cenas y horas de ir a dormir, encuentros con los compañeros de escuela, las convivencias – a veces felices, a veces desastrosas con la hermana y sus padres, un lindo peluche de nombre Cordero-suave… acontecimientos ínfimos que integran un decorado donde Hervé aparece como testigo de una cotidianidad trivial y sin trascendencia. Pero de pronto, casi de manera desapercibida, con hábiles movimientos de desvanecimiento, de variabilidades entre intensidades y sutilezas, el lector es introducido en momentos sombríos, de temor, sufrimiento, ansiedad y terror. La fiereza de los golpes del padre y las amenazas hostiles de la madre durante la temprana infancia, son algunos recuerdos contrastados con los consuelos del sostén procurado por el padre y la cruel enfermedad de la madre que acontece después. Así, el flagelo de la violencia deja ver un umbral de dolor inaudito y produce sospechas sobre los efectos de las ataduras al rencor y las cicatrices emocionales.

“Una vez, en mi habitación, a mi padre se le va la mano y me desencaja la mandíbula de una bofetada, me quedo como un animal frente a él, sin poder hablar siquiera; casi como si fuese la continuación natural de la bofetada, mi padre me vuelve a colocar la mandíbula con un puñetazo seco en el mentón”

Ira, enojo, rabia o impotencia por no poder defender al pequeño y precoz Hervé, que con su ternura nos llama desde el pasado para acompañarlo en la sanación de sus heridas, la curación de sus sangrados y los infortunios de sus desencuentros, pueden ser algunas sensaciones que experimente el lector de Mis padres. Pero muy lejos de la condescendencia, fiel a su estilo, Hervé nos introduce también en excitantes fantasías, sueños húmedos y anhelos eróticos que inflaman la carne y derraman sensualidad a chorros. Casi se puede percibir el olor a sexo y sentir la viscosidad del semen en la obra impregnada de deseo ingenuo y ardiente curiosidad: “imagino en sueños una suerte de establecimiento del placer, color gris plomo, donde los hombres se desnudan para coger sitio cada uno en su pedestal, impregnándose de la voluptuosidad otorgada por el fuego, las llamas lamiendo los sexos”.

Cada relato, cada recuerdo, cada descripción es rica en detalles que nos ofrecen trozos, fragmentos, pedazos vitales de una existencia. La fascinación por los cuerpos masculinos, la excitación sexual que le provoca a su carne y la pasión desbordante de los embriagantes primeros placeres, dan paso a los sinsabores, desengaños y tristezas del desamor. Derrames emocionales que quedan plasmados, como pequeñas manchas blancas en una tela oscura, sobre los circuitos de su testimonio novelado. Aquí destaca uno de sus grandes primeros amantes, Jean-François, cuya relación aborrecen sus padres, generando un odio más profundo en Hervé:

“Para navidad planeamos un viaje a Roma, Jean-François lo organiza desde París, me escribe o me llama por teléfono para decirme dónde está. Pocos días antes de coger el avión, caigo enfermo y, después de unos días bastante agitados, mi padre nos convoca solemnemente en el salón a mi madre y a mí. Me dice: “Hervé, no puedes ir a Roma, he ido a la policía para informarme sobre tu amigo Jean-François y debo comunicarte algo: es un marica”. Me tomo tiempo para tragar saliva, y le digo: “Yo también”. […] A partir de aquel momento, Jean-François persiste en darme todo su amor y eso será lo que haga que deje de amarle: mi vida se vuelve demasiado complicada, ahora tengo que mentir para vernos, esconderme para escribirle, recoger sus cartas en el teatro y sus paquetes en la estación central, me deshago de los embalajes, tirándolos en diferentes papeleras y guardando solo aquello que cabe en mi bolsa y que puedo luego disimular en mi armario: libros, discos, frascos de perfume, pequeños retratos que confecciona para mí. […] Cuando me incline sobre vuestros cadáveres, queridos progenitores, en lugar de besar vuestra piel la pellizcaré, y os arrancaré un mechón de pelo”

Rabia erótica hecha con una escritura cruel. Mis padres es un libro sobre la infamia, sobre la ternura, la hostilidad y la indiferencia. Su impulso es el rencor, el odio y la nostalgia. Pero también es estimulado por el cariño y la ambivalencia consustancial de los afectos, particularmente el amor. Lejos de romanticismos empalagosos, en la trivialidad de los decorados de las narrativas de Hervé, encontrarán los asuntos más serios, y lo serio, en este caso, es el amor. La estética del odio de sus descripciones no es sino el reverso de una extraordinaria apuesta por la eternidad cristalizada en las instantáneas de momentos efímeros: “mi alma se entrega a mi entorno a través de mis ojos bien abiertos, tengo la certeza de que hay algo eterno, de que yo mismo soy la eternidad”. Hervé Guibert es la eternidad, su obra es un archivo somatopolítico vivo, impregnado de placer, enfermedad y muerte, de éxtasis deseante y enigmática belleza. Su vida, desplegada en libros, fotografías y filmaciones, es un mensaje lanzado a nuestro presente. Así, las ficciones visuales de las narrativas de Hervé nos interpelan con la exquisita crueldad de sus palabras.

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