Citomegalovirus. Diario de hospitalización: ¿Escribir hasta el final?

“Hoy conocí la habitación donde tal vez voy a morir. Aún no logro sentirme a gusto.”
Hervé Guibert

19 de septiembre, habitación 365. Luego de la ecografía abdominal vino el diagnóstico y después la hospitalización. El entorno estéril, la ropa de cama incómoda, los letárgicos días venideros, las enfermeras y sus particulares personalidades, filias, fobias y manías, los médicos con sus batas blancas y la sobriedad en el decorado. Va a ser incómodo y va a doler. Va a ser tormentoso y punzante. Es una experiencia pudorosa, esencialmente confesable.
Él narró su internamiento hospitalario luego de recibir el terrible diagnóstico. Se trata de un pequeño diario que recoge ideas, pensamientos y descripciones sobre estar enfermo, ser internado, sufrir intervenciones quirúrgicas, perfusiones y auscultaciones. Padecer y temer perder la vista del ojo derecho. Un bicho, un virus, ha infectado, se ha replicado y ha provocado daños tal vez irreparables, ha producido una enfermedad tal vez letal.

Tres horas en el quirófano, humillación y una tras otra catástrofe. Todos los días, durante más de dos semanas, del 17 de septiembre al 8 de octubre, el diario fue el soporífero antídoto para pasar el tiempo. Un artilugio para evadir lo abrumador del dolor físico y el desgaste emocional del entorno clínico. Una manera de dejar constancia afectuosa de la empatía de las visitas familiares que, con las llamadas amistosas de los conocidos, y los obsequios que eran el privilegio de exquisitos alimentos, se mezclan en pequeños párrafos que capturan los minutos de una vida que se extinguió hace décadas. Esa existencia finita vuelve a exhalar en mí aliento cuando leo sus enunciados, cuando siento su miedo, cuando experimento su frustración, lloro con su ternura o concuerdo con su cinismo.

No puedo explicar el magnetismo que me produce. Sólo puedo decir que desde que lo conocí me ha acompañado. Al abrir sus libros, pareciera siempre tener en su prosa experimentalmente visual, visualmente narrativa, palabras para abrazar mi cuerpo, excitar mi carne, adormecer mi miedo y domeñar mi terror.

No me fue fácil obtener el libro. No es un libro sencillo de conseguir. Lo pedí directamente de Argentina. Tardó poco más de dos meses en llegarme. Todos los días lo rastreaba con la guía del envío, fantaseaba con sentirlo entre mis dedos, oler sus páginas, leer sus letras. Me llegó justo hace un año, el 4 de abril de 2019. Lo leí completo esa misma noche, lloré un poco, suspiré y me fui a dormir. Jamás imaginé lo que iba a suceder un año después. Mi vida era muy apacible entonces, tanto lo era, que derramé lágrimas en el diván por él.

Citomegalovirus. Diario de hospitalización es una crónica breve y fechada en la que Hervé Guibert registró su internamiento a causa de un herpesvirus que infectó su cuerpo, provocándole el riesgo de quedar ciego del ojo derecho. El libro fue publicado póstumamente en 1992 en Editions du Seuil y traducido al español veinte años después por la editora Beatriz Viterbo. Sus breves y puntuales párrafos son un ligero y creativo documento para un microarchivo de supervivencia contra la eternidad y sus perfumes embalsamadores. La intimidad de las confesiones hechas a la escritura minimiza la tortura de la incertidumbre e inocula momentáneamente la tentación de caer en los hospedajes de la melancolía, los ropajes de la tristeza y los albergues de la depresión. Se trata de un registro que documenta la tortura del encierro, describe el sopor de los entornos clínicos de los hospitales y confiesa la mortalidad de un cuerpo. Luego de dejar el hospital, el horror absoluto de Hervé era ser internado de nuevo y entonces las preguntas que lo atormentaron brotan en la tinta negra de su última página: “¿Escribir en la oscuridad? ¿Escribir hasta el final? ¿Matarse para evitar el temor a la muerte?”

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