La Nouvelle Vague es ese término que todo crítico deja caer para hacerse notar, ese que tú mismo intentas nombrar en una primera cita para parecer más interesante, ese que dio lugar a que tu llames Cine Negro al Cine Negro, Western al Western y Cine de Autor a lo que intentas grabar lleno de orgullo porque te crees Godard cuando en realidad eres Vincent Finch. La década de los 50 es un buffet libre para las editoriales de libros de texto. Se inicia la Guerra Fría, Isabel II es coronada Reina de Reino Unido, Hillary y Tenzing alcanzan la cima del Everest y Kubala ficha por el Barcelona. Entre otras miles de cosas. Pero sin duda, para un nerd, el final de esa década dejó uno de los movimientos más importantes para la historia del cine -y la cultural en general-: nace la Nouvelle Vague.
El principio de la Nouevelle Vague
Aunque se aprecia la relación con la “camera stylo”, creada por Alexandre Astruc y fechada en 1948 como punto de arranque, la Nouvelle Vague se vio impulsada gracias a la fundación de Cahiers du cinéma, revista nacida en 1951. Si hablamos de esta revista hablamos de André Bazin. El pasado 11 de noviembre se cumplieron 60 años de su muerte, por lo que para nosotros este mes es el mes Bazin. La generación que se autocalificó de postmoderna en palabras de Éric Rhomer, tuvo a uno de los teóricos del cine como guía. Horas de Filmoteca, charlas y lecturas como rutina diaria dieron lugar a un relevo de creadores llenos de energía que decidieron asumir su papel de revolucionarios tanto en su visión del cine como en la naturaleza del mismo. El crítico francés y sus alumnos se centraron más en una renovación de ideas, ideales y sentido crítico que en los aspectos técnicos. Eso sí, sin descuidar éstos.
Tras el empacho de cine americano retenido durante la ocupación alemana, que ya comenzaba a provocar indigestiones en la mente de los espectadores pero no en las cajas fuertes, llegó el descenso de espectadores. Esto llevó al país a firmar un acuerdo con Blum Byrnes que protegía las producciones francesas y consiguió unos ingresos de 149 millones de Francos con películas cuyo presupuesto no superaban los 45 millones. La decisión de André Malraux, el ministro de cultura en 1958, de apoyar a cineastas noveles y sus ideas, también potenció en gran cantidad el movimiento.
Y con la III República ya vista como el que ve blur, llegaron a Francia nuevas propuestas culturales. Desde el cine, hasta la literatura y la música, vieron como la bisagra chirriaba, abriendo una puerta que llevaba tiempo sin mostrar lo que guarda detrás de sí. Esta transición se culminó con Los 400 golpes de Truffaut y su proyección en Cannes en el año 1959. Dicha puerta no se cerró hasta la revolución de Mayo del 68. Sin embargo, dudo que se cerrara del todo, ya que la herencia de sus cineastas todavía sobrevuela el cine postmoderno, sea mainstream o underground.
José Enrique Monterde (2002), habla de la Nouvelle Vague como “una actitud ante el Cine, una vivencia del Cine y una pasión por el Cine”. Y así, buscó acceder al poder cinematográfico y cambiar el funcionamiento del mismo, lo que supuso un camino a seguir para los jóvenes cineastas de la época. Como intento de intelectual, destaco esa reivindicación de la figura del autor originario de la obra como uno de los logros principales de la nueva, vieja, eterna y atemporal ola. Para los directores que formaban parte de de la Nouvelle Vague, su proyecto fue algo más que una idea de cine. El club que formaban estos genios fue una forma de vivir el cine y una etiqueta con la vender su trabajo. Ellos mismos sostenían que la principal diferencia entre su generación y la predecesora era de naturaleza, no de calidad.
La modernidad cinematográfica que impuso la corriente puede entenderse -salvando muchísimo las distancias- si se compara con la “música urbana” que tanto copa los medios nacionales en la actualidad. Abrios una cerveza, echaos una copa de vino, poneos un vaso de leche o haceos un té; sentaos en el sofá, el sillón, la cama, la silla, la mesa o el suelo; pensad que está bien comparar la escena musical española del 2018 con el cine francés de los años 60 y entended el símil entre la marca Trap y Nueva Ola. Haced un esfuerzo, por favor. Empatizad conmigo e imaginad la situación de la “industria” y de la línea entre ser tradicional o viejo disipándose dejando la única opción de “borrar añadiendo”, como dice Nirban. Porque los, llamémoslos hijos de Bazin, se sumaron al mercado para luchar contra el de traje y corbata que está sentado en la cima de la pirámide.
André Bazin, mentor de creadores
Resulta muy difícil acudir al legado de André Bazin sin caer en los tópicos. Y más difícil todavía, pretender resumir su grandeza en el poco tiempo que tenemos antes de que te disperses leyendo esto desde tu teléfono móvil. Y es que para bien o para mal, no estamos a principios de este siglo, no soy un decrépito colega de Garci, y no estas leyendo la vieja revista Nickelodeon. Pero aún así, recién cumplidos los 60 años de su muerte, la perspectiva de Bazin y los que caminos que abrió a través de su palabra puede que necesiten ser más que nunca ser recordados.
Un poco más arriba ya os señalamos su importancia a la hora de que algo como la Nouvelle Vague cuajara. Lo curioso, que muriera justo en el momento en que su “hijo” Truffaut comenzaba a rodar Los 400 Golpes, obra fundacional del movimiento; siendo crueles podríamos decir que el destino se afanó en “matar” al padre de manera literal, antes de que sus discípulos se vieran obligados a hacerlo. Hay desde luego mucho de su pensamiento en la Nouvelle Vague, aunque quizás algo menos de lo que los tópicos nos han contado. Junto a ésta, la otra etiqueta que verás de manera más frecuente colgar de su legado será la de la teoría realista. Allá donde acudas le verás casi siempre nombrado junto al inefable Kracauer, como referente de ese conjunto de ideas y planteamientos que trataron de contraponerse al discurso único de la teoría formativa cinematográfica. Y si hacemos caso a Dudley Andrew, hasta podemos comprar aquello de que “el impacto cultural de sus textos puede ser tan sólo comparado al de Eisenstein”. Pero a diferencia del maestro ruso, Bazin jamás dirigió ni una sola película. Pero tampoco fue un teórico cinematográfico al uso, como esa obsesiva rata de biblioteca aislada del mundo que fue en vida el pobre Sigfried Kracauer. André Bazin fue antes que nada, un aficionado al cine. Alguien que amaba ver películas por encima de todo, para luego hablar, discutir y escribir sobre ellas de manera compulsiva.
Para aquel que tenga curiosidad, la red nos pone hoy bastante fácil el acudir a ensayos como Ontología de la Imagen Fotográfica (escrito en 1945, y que también podrás leer en su “Qué es el cine”, editado en España por Rialp) , básicos a la hora de comprender su obsesión por explorar la dicotomía entre ese poder que nace de la manipulación artística de la imagen, y ese otro que emana de su registro natural. La realidad y la compleja relación de ésta con su propia huella en el arte cinematográfico fue, de una manera u otra, el centro sobre el que giraban la mayor parte de sus ensayos, artículos, charlas y reflexiones. Y aunque en esto de ocuparse tan sólo de los “problemas” del cine que más le interesaban -como bien señaló Christian Metz en más de una ocasión- no se diferenciaba mucho del resto de teóricos que le precedieron, no hay que leerle demasiado para darse cuenta de que su obra crítica está muy lejos de ser algo estructurado, ni concebido para transformarse en una auténtica teoría sobre el arte cinematográfico. Si existe como concepto, lo es sobre todo como monumento postmortem a su legado, surgido fruto de la recopilación, análisis y relectura de su ingente obra escrita.
Acercarse a estos textos, supone por un lado toparse con un tipo que a duras penas podía ocultar la notable influencia que el catolicismo y el personalismo mounieriano tenía en su visión del mundo. Por otro, descubrir que algunas de sus reflexiones o apuntes pueden resultar hoy chocantes – como su rechazo visceral al expresionismo alemán-, o que incluso se hayan visto superadas por el devenir de la historia y la tecnología. ¿Qué hace a Bazin tan especial entonces? ¿Por qué su nombre es mucho más recordado y popular que el de un Mitry o un Henri Agel? Si buscas la respuesta más superficial, seguro que estarás pensando ahora en el impacto de una revista como Cahiers o en el de sus acólitos bajo la marca Nouvelle Vague. Pero a poco que te zambullas en sus ideas, no tardarás en darte cuenta de que no le hizo falta más que juntar unas cuantas letras para encender – seguro que sin saberlo- la chispa del futuro.
Y es que en su fijación por sacar las cámaras del estudio y devolverlas a las calles, en su rechazo a la manipulación de las imágenes y en su defensa de la libre interpretación de éstas, nacía no sólo el concepto actual del director-autor como único responsable de su propia mirada, sino también el del espectador – y también crítico- moderno. Sus ideas no sólo liberaron a los autores; hizo lo mismo con el patio de butacas, que por fin dejó de ser considerado como poco más que un ente pasivo y manipulable a merced de lo que veía en pantalla. Esta insistente reivindicación del criterio propio, puede darnos todavía más pistas a la hora de comprender y valorar su inmensa aportación al cambio de paradigma en el oficio del periodismo cultural. Ya os hemos dicho que Bazin nunca quiso ser más que un simple espectador. Pero se aseguró de ser uno con la suficiente audacia y valentía para hacerse todas las preguntas, y ponerlas por escrito aun a sabiendas de que podría no obtener jamás una respuesta. Y en un mundo digital como el de hoy -en el que la crítica especializada se ha democratizado hasta niveles que ni él mismo nunca podría haber soñado- su perspectiva resulta vital a la hora de recordarnos que este trabajo quizás consista en ser algo más que un escritor mediocre.
En alguna ocasión jugó a definir el conjunto de sus escritos como una simple “sucesión de sondeos, de exploraciones, de vuelos de reconocimiento”, siempre alejados de cualquier “artificio didáctico” o de la tentación de convertirse en una “geología o geografía exhaustiva del cine”. Cuando propuse a Poscultura el que me dejaran escribir este borrón acerca de su legado – o más bien, sobre lo que éste significa para mí- esa lección comenzó a repetirse en mi cabeza como un mantra, para vacunarme contra el virus del tópico y el periodismo de Wikipedia. Así que si ya conocías a Bazin, espero que al menos hayas estado en desacuerdo con la mitad de lo que has leído. Y si estás aterrizando por primera vez en su obra, espero haber logrado que te hayas hecho algunas preguntas. El turno es ahora vuestro. Y también el criterio.
Firmado por Adri Fauro y Gonzalo Oya.
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