Climax: Fama, ¡a bailar! versión satánica

Mide cerca de 1’80, acento argentino, calva rapada al cero, bigote frondoso, barba cerrada –de las que pinchan y asoman a los minutos de haber sido rasuradas–, camisa de cuadros verdes y azules, vaqueros y botas negras de estilo militar. Gaspar Noé (Buenos Aires, 1963) se asoma a la sala de proyecciones de la Academia de Cine, en Madrid1, cuando acaba de terminar la película, mientras los espectadores todavía están digiriendo lo que acaban de ver.

En la filmografía de Noé se teoriza sobre la reflexividad, se recorren temas como el amor y el sexo, la violencia y la muerte, las drogas y la venganza y el tiempo, se produce un tratamiento fotográfico reconocible –labor de Benoît Debie desde Irreversible (2002)–, basado en largos planos secuencias y cenitales, se utiliza una iluminación antinatural, pasada por el tamiz del ácido. En Climax, su última película, todos esos elementos están presentes. Pero al cóctel se le añade un grupo de bailarines en un internado y un ponche saboteado con LSD.

Basado en un caso real, pero producto de la libre interpretación del director de origen argentino, el metraje, que arranca por el final y sitúa los créditos a mitad de la cinta, es un descenso a los infiernos de este grupo de jóvenes, que a mediados de los noventa se concentraron en un edificio en desuso, mientras fuera caía un nevada, para ensayar durante varios días.

Climax es otra valiosa pieza de la obra de Noé, que, ya sea por su descarnada violencia, su estética o sus asequibles referencias a la cultura popular, es un director que logra que los críticos alaben hasta el desvanecimiento cada una de sus obras –convenientemente estrenados en los más prestigiosos festivales– y que la cinefilia más joven postee cada frame de sus películas en Tumblr.

Este film, que concluye con el pesimista aforismo “Vivir es una imposibilidad colectiva” sobreimpreso en pantalla, retuerce el estómago, desagrada, engancha. Gaspar Noé vuelve a situarse por encima de los personajes de sus películas, a los que guía hasta la autodestrucción y el dolor, como un titiritero.

Esta labor de demiurgo que asume el bonaerense en sus cintas, situando al espectador en un puesto de observación privilegiado, hace que surja una pregunta: por qué gusta tanto su cine. Ni la miríada de estímulos atroces que llegan desde la red evitan que Noé logre su objetivo: que los intelectuales burgueses pidan otra dosis.


1 La idea es que se realice un coloquio en el que Gaspar Noé sea interpelado en primer lugar por una periodista y, después, por algunos de los asistentes. Las gradas están compuestos por tres grupos mayoritarios: académicos, que tienen reservados los asientos más cómodos y cercanos a la pantalla, periodistas y alumnos de cine la Escuela TAI, centro privado adscrito a la Universidad Rey Juan Carlos (URJC) cuyos precios de matriculación rondan entre los 6.000 y los 9.000 euros. Pero si la sala estuviera vacía, Noé podría sostener la conversación él solo. En los casi veinte minutos que tiene para hablar de la película revela infinidad de detalles sobre el rodaje, el presupuesto (unos 2 millones de euros), curiosidades de los quince días que tardó en filmar, se mete con los franceses, se mete con los norteamericanos, acaba varias frases con punchlines sobre drogas, habla sobre una noche de fiesta en Berlín que inspiró la cinta, trata la creación artística como algo poco elevado, que se hace con naturalidad y soltura*. Y, entre pregunta y pregunta del público**, le vienen a la cabeza otros temas sobre los que hablar, con los que rellenar los pocos segundos de silencio. E incluso cuando una cuestión no parece agradarle, como cuando es preguntado por su fama de enfant terrible, sobre los intentos de desagradar presentes en su filmografía, es capaz de hacer reír a todos los presentes diciendo: «Para hacer algo realmente escandaloso hay que hacer un documental».­­­

* Esto, me temo, debe ser una estrategia de la Escuela TAI para que sus alumnos piensen que ellos también pueden hacer cine con la misma facilidad que Gaspar Noé. Los estudiantes prefieren hacer fotos con sus iPhones.

** La primera pregunta la hace Carlos Bardem (Alacrán enamorado, Celda 211) que se presenta diciendo: «Hola, Gaspar, Carlos Bardem […]».

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