Cuando cierro los ojos, veo tu rostro sereno a mi lado
Tommi Musturi
Leo que Sr. Esperanza es un poemario trasladado al cómic y pienso que nunca había leído una intuición tan bella. Es mentira. Las he leído. Pero ahí, después de pasar la última página de esta recopilación de tiras del finlandés Tommi Musturi, la afirmación se vuelve poética y premonitoria. Ese libro es un poemario. No sé si en el reverso se leerán haikus porque solo sé de Japón lo mucho que admiro a Juan F. Rivero, pero que en sus páginas hay mucha y buena poesía es incuestionable.
Por azar, de lo que sí parece que se trata es del reverso de otra novela gráfica publicada también en Aristas Martínez el mismo año (bendito 2015): Josefina, de Jim Pluk. En las dos la vida cotidiana y el tedio son omnipresentes. La melancolía y la nostalgia, algo de metaliteratura. En esta el autor está más presente, pero hay frases que dialogan entre ambas como en una fuga:
—¡Genial, yo también dibujo!
—¿Ah, sí? ¿Qué dibujas?
—¡Este libro!
—¿Cómo?
—¡Nada, olvídalo!
(Jim Pluk)
—Estoy pensando en escribir un libro.
—¿Un libro? ¿Sobre qué?
—¡Sobre nosotros! Sobre ti y un poco sobre mí también. Creo que con eso es suficiente.
(Tommi Musturi)
Y tanto que es suficiente. Cuando la literatura forma parte de la vida esta a veces se convierte en literatura. Y es esa vida más o menos onírica, más o menos literaria la que se refleja en las conversaciones y los gestos de estas parejas que, desde diferentes momentos vitales —al final de sus vidas en Sr. Esperanza, en medio de una encrucijada juvenil en Josefina—, reconstruyen lo que, en efecto, es lo más importante en una vida: los momentos que cuentan, la soledad, la compañía. Un perro. Un animal que habla, aunque solo sea en la propia imaginación.
La técnica es lo de menos, pero llama la atención que la juventud se trasmita desde los crayones en blanco y negro del colombiano Jim Pluk, mientras que la vida en Finlandia tenga lugar a todo color. La sociedad no puede quedar al margen, tampoco. La búsqueda de trabajo, o el qué dirán unos vecinos inexistentes que, precisamente por su ausencia cobran importancia, son otros temas universales que comparten ambas obras. Dos trabajos reflexivos, filosóficos, donde a veces la alegoría cobra un protagonismo indiscutible, pero volviendo siempre a una factura muy realista que convierte la sátira en desconsuelo o abrigo, según el estado de ánimo, según los ojos que miren.
La novela (gráfica o no) sirve a veces para reflexionar sobre lo que importa, en ocasiones desde lo que se dice, y en otras ocasiones lúcidas y brillantes desde los silencios que marcan el ritmo narrativo. Aquí las pausas son tan importantes como el texto, lo que aproxima el producto final a un artefacto musical, redundando en lo artístico. Son, en ambos casos, similitudes y divergencias que sirven para configurar un perfil, un esbozo de lo que es (y aquí entra el terreno profesional) el catálogo de una editorial.
Si Aristas Martínez apuesta por lo periférico y se adentra en una colección con pocos pero bien escogidos cómics es algo que hay que celebrar. Por el celo con el que escogen. Por la tranquilidad con la que amplían ese pequeño reducto. No quiero que se me vea mucho el plumero político (aunque recordad: todo es un acto político), pero en un panorama literario donde lo mucho es sinónimo de la totalidad, un catálogo que respire permite la supervivencia personal y colectiva. Diría que es donde hay que dirigirse, hacia donde hay que mirar, a lo que deberíamos tender. Pero quién soy yo para pontificar. Si ni siquiera entiendo de cómic y llevo más de 600 palabras esperando que el síndrome del impostor se imponga sobre mi discurso.