Baskerville

Si observan con detenimiento —como sólo se puede abordar la tipografía— un alfabeto completo y descubren entre los elegantes y contrastados trazos de sus letras que el brazo inferior de la “E” mayúscula, aquel trazo horizontal en el que se apoya, es notablemente más largo que el brazo paralelo superior; que el trazo redondeado inferior de la letra “g” minúscula no se cierra del todo —muy notorio en la cursiva— y, sobre todo, que la letra “Q” mayúscula contiene el único adorno llamativo de todo el conjunto de caracteres en forma de cola curva enorme y sinuosa, como si el viento pudiera agitarla entre las líneas de papel impreso, entonces estarán sin duda ante el tipo de letra Baskerville.

Catálogo de caracteres de Baskerville elaborado en 1762 por John Baskerville.

Los dibujos de las letras, a la manera de los emigrantes que se van y a la vez se quedan, han viajado por el continente europeo desde las inscripciones lapidarias en letras mayúsculas de los monumentos romanos clásicos hasta las lápidas de las tumbas que esculpía en Birmingham el joven John Baskerville en los primeros tiempos del siglo XVIII, allá por 1723. Unos años después, en la década de los 50 de aquel siglo ilustrado, tras hacerse rico fabricando muebles y objetos lacados, decidió dedicarse al noble arte de la imprenta en casi todas sus facetas. Fabricó, se ha dicho siempre, papel de gran calidad, una tinta de un tono negro tan profundo como no se había visto hasta entonces y tipos de letra, claro. Un tipo de letra, en realidad. “De entre las varias artes mecánicas que han llamado mi atención”, escribió en el prefacio del segundo de los libros que editó, su sobria versión impresa de El paraíso perdido de Milton en 1758, “no existe ninguna que yo haya seguido con más constancia y placer que la de la fundición de tipos. Habiendo sido un temprano admirador de la belleza de las letras, me sentí deseoso de contribuir a la perfección de ellas. Yo me forme mis ideas de una mayor exactitud que las existentes y me propuse fabricar un juego de tipos de acuerdo a lo que yo creo que debe ser su verdadera proporción”. Admiraba los tipos romanos o humanistas de su compatriota William Caslon y a partir de ellos creó ese alfabeto que buscaba la perfección y que forma ya parte de la cultura universal.

“Los Representantes del Pueblo Francés, constituidos en Asamblea Nacional, considerando que la ignorancia, el olvido o el menosprecio de los derechos del Hombre son las únicas causas de las calamidades públicas y de la corrupción de los Gobiernos, han resuelto exponer, en una Declaración solemne, los derechos naturales, inalienables y sagrados del Hombre…”

Cuenta Enric Satué que con los tipos del genial inglés se compuso la primera edición en París de la Declaración de los derechos del hombre y el ciudadano de 1789, uno de los documentos fundamentales de la Revolución francesa que revolucionó Francia, Europa, la historia universal —ya saben dónde hemos decidido que comience el mundo contemporáneo— y nuestra manera de pensar, pensarnos, ser y estar en el mundo. Y cuenta Ellen Lupton, mujer sabia y referencia mundial en lo relativo al diseño gráfico y la tipografía, en su imprescindible Pensar con tipos (2016), que “la tipografía es la encarnación del lenguaje”. De esta manera, hay que considerar que “los hombres nacen y permanecen libres e iguales en derechos” nació con la forma y el cuerpo de los tipos de Baskerville, que ahora son de todos nosotros. Ambos. Derechos y formas, porque forma y contenido son una misma cosa indivisible.

Los punzones de la tipografía Baskerville con los que se generaban las matrices para fundir los tipos móviles en una aleación de plomo, estaño y antimonio fueron grabados por su colaborador John Handy en 1754. Cuatro años después, John Baskerville es nombrado impresor de la Universidad de Cambridge, en cuya imprenta culminó en 1763 su obra maestra, una magnífica Biblia en formato folio, curiosamente obra de un ateo. John Basrkerville rechazaba las convenciones sociales y la religión hasta el punto de que no aceptó ni siquiera ser enterrado en tierra sagrada, lo que supuso que después de muerto su cuerpo sufriera una serie de vicisitudes que se resumen en los denominados “tres entierros de John Baskerville”, aunque esa es otra historia. En su Biblia utilizó conjuntamente los tipos móviles, el papel y la tinta de su propia creación (José Ramón Penela, no obstante, nos aclara que “si bien es una idea extendida que Baskerville creó su propio papel, la realidad fue que utilizó el creado por el fabricante de papel establecido en Kent James Whatman en 1756” [“El hombre que quiso dejar ciegos a sus compatriotas. John Baskerville, el largo viaje hacia la inmortalidad”, ponencia presentada al III Congreso Internacional de Tipografía de Valencia, 2008]). Antes de la aclamada Biblia, publicó algunos textos clásicos muy afamados como la Bucolica de Virgilio, o El paraíso perdido de Milton. Muy afamados en su edición, aunque “obras de arte con mayúsculos defectos” como el papel demasiado brillante y los textos llenos de correcciones, para autores como Simon Gardfield, y, sobre todo, no muy numerosos. “Mi deseo no es el de imprimir muchos libros”, reseña D.B. Updike (1966) las palabras de Baskerville en el mencionado prefacio de El paraíso perdido, “sino aquellos trascendentes, de un mérito intrínseco”, y por eso quiso hacerlo alcanzando la excelencia tipográfica y en su impresión.

Prefacio escrito por John Baskerville para su edición de El Paraíso perdido de Milton.

Una excelencia que, paradójicamente, no le llevó al reconocimiento entre sus compatriotas que hubiera merecido. Tal vez por el excesivo precio que suele conllevar la excelencia. Tuvo posiblemente más éxito en Francia —de ahí la Declaración de los derechos del hombre—, en Italia —es conocida la admiración que profesaba por sus letras el gran tipógrafo Bodoni— o incluso en los Estados Unidos —Benjamin Franklin, que se consideraba a sí mismo sobre todo impresor, mostró su pública admiración por Baskerville, a quien visitó varias veces en Birmingham contribuyendo a la difusión de sus tipos en América, y le defendió de quienes le acusaban de “querer dejar ciegos a los lectores ingleses” debido a los rasgos extremadamente finos de su alfabeto—. Finalmente, sus tipos de letra cayeron en el olvido hasta que en el siglo XX el diseñador y tipógrafo norteamericano Bruce Rogers los rescató en 1924 y los adaptó a las técnicas de impresión modernas para la empresa Monotype y en 1931 para Linotype. No fue hasta 1953 cuando la Cambridge University Press recuperó los punzones originales de Baskerville que estaban en Francia tras un periplo tan accidentado como el de sus restos mortales. Tuvo más éxito Caslon (incluso el propio Franklin compró sus tipos para imprimir la Pennsylvania Gazette, a pesar de su admiración y amistad con Baskerville, y Garfield cuenta que la primera impresión masiva de la Declaración de Independencia de los Estados Unidos de 1776 también se compuso en Caslon), y aunque ahora ambos tipos representan la excelencia de la tipografía inglesa, es posible que Baskerville haya finalmente ganado su particular batalla. Porque varios siglos después, seguimos componiendo y leyendo textos en pantallas —fue uno de los cinco tipos de letra disponibles en el programa iBooks de los primeros iPad en 2010— en sus elegantes y sobrios caracteres. Yo suelo mirar siempre la “a” minúscula de cada tipografía, el equilibrado contraste con el que la dibujó Barskerville, su bucle o panza ligeramente aplastada en su comienzo para conseguir una contraforma única, la sutileza de la lágrima en la que termina el trazo en la parte superior… Pero es cosa mía, casi ningún tipógrafo —yo no lo soy— suele hablar de la letra “a” minúscula de los tipos de letra; fíjense mejor, insisto, en la “Q” mayúscula Baskerville.

Tipografía inglesa. Resultaría imposible componer una frase como “I want coffe” en tipos de letra Baskerville; podríamos utilizarlos, eso sí, en una expresión del estilo “May I have a cup of tea, please?”. Desconozco si las papeletas para la votación sobre el Brexit, uno de los episodios más absurdos, ridículos y autolesivos en la, por otro lado, envidiable historia de los ingleses, se realizaron utilizando la tipografía Baskerville. No lo creo, representa lo más ilustrado y sabio de aquel pueblo de bárbaros y, además, recuerden que comencé hablándoles de los trazos de letras como si fueran migrantes viajando por toda Europa desde Italia hasta Inglaterra pasando por Holanda y Francia, pero… les voy a contar un secreto para los no iniciados en la tipografía. Arthur Conan Doyle, el creador del inmortal Sherlock Holmes, vivió también durante un tiempo en el distrito de Birmingham. Fue algo más de un siglo después, entre el XIX y el XX, pero seguro que conoció la mansión que fuera del acaudalado Baskerville y es bastante probable también que oyera hablar de un terrible perro que la custodiaba… para que nadie atravesara sus fronteras.

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