Parte I: Vía purgativa. Exilio a través del dolor
La lengua siente nostalgia y todo verbo es destierro.
Pablo: Me siento en la mesa y escribo. Escribo sobre Ayes del Destierro (Libero) de Andrea Sofía Crespo Madrid. Es la primera vez que tecleo el nombre completo de mi amiga. Me siento a escribir sin saber muy bien qué acabaré diciendo sobre un texto que me nombra y que me habla tan de cerca. Sé que nunca he necesitado aprender a escribir como en este momento:
Escribo contra la voluntad de ser péndulo.
Escribo y pienso en un verano. El 26 de agosto nos marchábamos de España. Andrea vino a vernos a la playa. Estoy pensando en una tarde de piscina hablando de teorías creepypasta de Pokémon, de concursos de la tele, de comida y de dinero, de enviar poesía a editoriales, de dejar países, de nombrar a nuestros familiares muertos:
Tu tumba es el signo que niega la muerte, una piedra en el conjunto vacío.
Escribo con otra imagen de fondo. En el acto de graduación de Filología Hispánica Andrea toma el micrófono y recita el poema ‘Los perros románticos’: Había perdido un país/ pero había ganado un sueño. Dije en un post que Ayes del destierro era un libro escrito en su proceso de desterritorialización, que era poesía escrita en situación irregular. Subrayo:
Con estos versos no dejarás de ser extranjera
Iria: La creencia popular indica que lo que no se nombra pierde poder. Sin embargo, el silencio posee de las mayores potencialidades. Esconder es un acto premeditado, arduo, en constante estado de fragilidad. Si bien las otras dos partes de Ayes contienen cada vez más coordenadas, su inicio se remonta a un origen innombrable. Olemos, saboreamos y escuchamos a Venezuela en todos sus rincones, pero no se dice. Vemos y tocamos familia, raíces, enfermedad, costumbres, rebelión; pero:
fragmentó mis verbos y mis nombres
sonaba así: JJJJJJJ-JJJJJJJJ-JJJJJJJ
luego
no quedaba nada.
P: Me gustaría escribir a Andrea para preguntarle si la estructura tripartita de sus Ayes guarda alguna relación con las tres vías místicas. En su lugar tomo la cita que ella toma de Santa Teresa de Jesús: Caminemos, caminemos/ caminemos para el cielo. Subrayo:
escribo por el milagro de la ternura
La cultura nos nombra, nos arranca violentamente del primer silencio. Y del segundo. Y del tercero. Andrea toma una máxima de su abuela que recuerda a Wittgenstein: El silencio no tiene límites. Para mí, los límites los pone la palabra. Aparece aquí una mudez estriada, violentada, perimetrada. El silencio revela en su morfología los estragos de la barbarie lingüística. Nacer es un destierro del país del silencio. Escribe Andrea:
Vengo del silencio de una madre. Ella viene del silencio de su madre.
I: Si bien Cadenas no heredó la virtud sensual de comer serpientes, Andrea no podía partirse. Y son Cadenas y Andrea y no, Rafael y Crespo, y esto es importante. Mientras en Los cuadernos del destierro se habla de austeridad y proverbialidad y trajes y reyes y terrenos, en Ayes del destierro nos encontramos con la intimidad de la herida expuesta y su consiguiente quejido. Andrea nos dice “ay” y sentimos un dolor-espejo o, quizá, un dolor-revelación. Quizá no es ella sola diciendo “ay” sino que todas murmuramos un gemido al leerla, todas las que no podemos partirnos tampoco y no nos pertenecemos entre nosotras y tuvimos que abandonarnos. Así, pasándonos el testigo de los silencios, asentimos de a una cuando Andrea nos cuenta:
Descubrí que la mudez tenía pliegos.
Y de verdad que asentimos, asentimos con fuerza casi al borde del desnucamiento, porque ya nos lo habíamos dicho a nosotras mismas antes, pero tapábamos las bocas (la que dice “ay” y la de la herida, si es que acaso pueden diferenciarse) con tierra húmeda. Pensábamos que la fertilidad se alcanza a base de retener la voz. La voz como algo que se gasta. Y, de pronto:
Acaso: una piedra que cae.
Llega el poema y trae Nada. Y dos cuerpos. Y, alucinadas, nos ayudamos a introducir la piedra en la boca. Es entonces cuando reconocemos el sabor. Nos sorprende. Es ternura, caliente y animal.
P: Trato de imaginar una genealogía de hijas arrastrando el silencio de sus madres. Digo: no me corresponde hablar por ellas. Blanca Varela dijo pensando en su maternidad: tu náusea es mía/ la heredaste como heredan los peces la asfixia. La poesía de Andrea da voz a la enfermedad más allá del propio cuerpo, hurga en la historia clínica de su familia como el grito de un solo organismo padeciendo todo el dolor de su árbol genealógico.
En el lenguaje clínico la purga se relaciona con la expulsión, la eliminación. Aquí se purga la memoria evacuando las imágenes dolorosas del pasado al tiempo que el cuerpo se exilia del país de origen. La memoria inicia su vía purgativa a través del duelo y la extranjeridad:
Escogí la memoria en silueta/ este borroneo callado/ en mi escritura marimacha.
[…]
Para escribirle tuve que apartarme/ del mismo canto/ ya encerrado en el claustro del recuerdo.
Parte II: Vía iluminativa: exilio a través del conocimiento.
La literatura es una cámara de ecos y me adentro
en ella para encontrar su astilla luminosa.
I: Esta vez, hay concreción en el espacio: Barcelona y Salamanca. Y hay tiempo: tradición, presentes, duda de futuro. No hay tiempo para el tiempo, sin embargo, En esta mitología que descose la literatura de la vida, ansiosa, la piel se abre. Lo real tiembla. / Quiero que todo resista. / En mi cuerpo late un animal dentro de otro animal. Son costras esparcidas por los poemas, por el tiempo de Andrea. Nos pican y nos los rascamos:
Diré adiós
a la posibilidad de señalar un hogar con el dedo.
Pero la uña sabe encontrar la herida bajo las plaquetas como un detector de metales en una playa encuentra centavos y relojes. Es en esta rutina del picor o de la atención al picor en la que la lengua siente nostalgia y todo verbo es destierro. De nuevo, no es casualidad la cercanía de los nombres destierro y desierto: ambos son, robándole la imagen a Ayes, signos que niegan la muerte.
P: Una herida despide su propia luz/ dicen los cirujanos dice Anne Carson. El viaje es la metáfora base del conocimiento humano. Por eso la Odisea es una referencia ineludible en todo texto literario, así como la luz es una referencia ineludible en todo viaje, así como el conocimiento se materializa en las imágenes de luz. Me recuerda Antía la importancia de la alborada en la mística (y en la lírica amorosa, pienso). Anoto: La luz atiende el llamado/ de la forma despierta/ me digo para empujar los pasos.
Le diré a Andrea en un DM que me gusta que el fraseo del poema en prosa tenga un ritmo de diario de viaje, que el discurso, además de hablar del tránsito, sea tránsito. Le diré que sus ayes son un canto errante, pero, que a pesar de todo hay esperanza de asidero, de fijeza: La universidad para mí fue un hospital. Quizás un ancla. En definitiva fijeza.
I: Habitar lo inhabitable. En el idioma de cualquier tipo de exilio hay gestos que se repiten: renuncia, llanto, conquista. También el mar, el pecho, los zapatos y el escritorio pasan a ser lugares, si no comunes, como mínimo compartidos. Dentro de la ausencia, adquirimos otro tacto. Andrea se ofrece como guía y nos lo desdobla, con delicadeza pero sin timidez alguna, para mostrarnos cómo palpar lo que duele y exprimirle la belleza a lo terrible y viceversa. En esta transición, el espacio (España) es mar: memoria, nostalgia, calendarios. Posibilidad de llegada.
P: Leo en la dedicatoria: para que te acompañen en todo tránsito, en esta vida de duelo, así como tu amor lo hace conmigo. Contengo el llanto y me aferro al teclado:
Escribo siempre de noche,/ en el instante anterior/ al sosiego anterior a la llegada/ de la luz que viene a dar forma a todo lo que amo.
El cielo me ha concedido una ventana frente a las jacarandas. Quiero conceder a Andrea un lugar junto a Ulises.
Parte III: Vía unitiva: exilio a través del amor.
Amarla era atravesar la inocencia una vez más
eterno retorno desde la ternura hasta el deseo.
P: Escribo con otra imagen de fondo. Estoy en el piso de Madrid de Andrea. Un viaje doloroso. Un salto de fe. Cuando la vi ya estaba descansando. La abracé. Tomamos Coca Cola (y soy de ellas, sí). Hablamos del amor y de la burocracia. Pone un vinilo de grandes éxitos de ABBA: Felicidad, Felicidad/ Al rogar esperanza de cambiar/ sin dejar al desaliento dominar. Subrayo:
Mi madre dijo, mientras viva, tendré esperanza. Quizá valga la pena la terquedad.
I: Si España era un laberinto para encontrar la pérdida, Lisboa ofrece un rayo de luz. El amor aparece en su condición de ancla:
Hoy he querido envejecer. Por primera vez.
Andrea abraza esta nueva posibilidad con la misma ternura con que acogió el silencio y la extranjería. Andrea tiene mil brazos y aún así no le bastan para abarcar su deseo sensible. Mira el poema e invoca su propio ignis amoris:
Ven,
trae tu lengua incendiada,
escribamos las hogueras del deseo.
P: Ahora estoy pensando en Andrea y Joana volviendo a casa juntas de la mano. Yendo al cine. Viajando a Portugal. Llego al final de este viaje. Escribe Andrea:
La recogeré en la estación, será un día de verano y cambiará todo lo que sé del amor.
I: Por fin, el desenlace de este viaje-espera, del mismo modo en que para Ulises y Penélope supuso el abandono del mar y del telar en pro del reencuentro. En el destello, se puede decir poco.
Acaso el amor me sostenga.
Iria Fariñas nació en Madrid en 1996. Su formación teje una red caótica entre la artes plásticas, la escritura creativa y la gestión cultural. Actualmente estudia el Grado en Filosofía. En 2019 fundó el proyecto sociocultural Reescribiendo Nuestro Mundo (RNM) en Alicante, su lugar actual de residencia, ciudad en la que coordina los ciclos literarios El hambre (narrativa) y La sed (poesía). Ha publicado cuatro poemarios y un libro de relatos cortos, “Gritar en voz baja” con la editorial Entre Ríos. Ha aparecido en varias antologías y ganó el primer premio en el III concurso de microrrelato 100 palabras por la igualdad y el segundo premio en el concurso de microrrelato Mar i Sol.
Pablo Velasco Baleriola (Cartagena, 1995). Graduado en Filología Hispánica. Master de estudios literarios. Ha vivido recientemente en Madrid y Paris, dando clases particulares y enseñando español en el Lycée Claude Bernard. Ha escrito poesía para revistas como ‘La Galla Ciencia’ y ha publicado los libros Wallpaper (2016) y Patchwork (2018, Bandaàparte Editores, II Premio de Poesía Irreconciliables).
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