We’re all just walkin’ through this darkness on our own
The War on Drugs
Ahora que escucho una canción con notas de falsa nostalgia dylanesca me he acordado que hace unas horas había pasado un mal rato a causa de mi imaginación. En verdad nunca había tenido un problema con ella, mi imaginación digo, siempre se ha comportado bien conmigo, nunca ha sido excesiva, muchas veces la tengo que forzar para que las ideas creativas tomen forma, tomen la forma que quiero que tengan, la forma como las imaginé en un principio y que luego por algún motivo extraordinario se niegan a salir como yo quisiera. Una lucha constante, que nunca ha sido motivo de dolor de cabeza, vamos, nada que con un poco de sudor no se pudiera subsanar.
El punto es que lo pasé mal porque de repente me imaginé a todos mis tíos muertos tomándose una caña en el bar de la esquina, debajo de los cerezos en flor. Me imaginé, más bien, y el matiz es importante, teniendo una visión: la visión de una visita fantasmal de todos mis tíos (dos de ellos recientemente fallecidos), tan tranquilos, divirtiéndose de hecho, charlando, supongo que esperándome en una mesa en la terraza del bar, debajo de los cerezos en flor.
Fue un proceso, lo entiendo ahora, como esta canción que escucho también es una forma de proceso, lo que antes he llamado “falsa nostalgia”: primero son notas simples, pero alejadas, que quieren recordar a una cancioncilla infantil alegre, luego es una voz rasposa de alcohólico empedernido de inspiración dylanesca, que canta por un amor olvidado, unos golpes, unas palmas, campanillas y tintineos que efectivamente recuerdan a la infancia, a una infancia feliz y alejada… bueno, me estoy tomando demasiadas libertades para interpretar una canción de la que en verdad no sé nada. Como quiera, lo que me interesa es mi proceso mental de pseudo-visión, o potente imaginación, cualquiera de las dos opciones: su génesis me es interesante, imprescindible quizá.
Primero vi a un hombre un poco viejo, un poco gordo, y automáticamente pensé en mi tío que murió hace dos años. Las últimas veces que lo vi en persona usaba una camiseta polo larga y deslavada, siempre con una gorra y con la cara cada vez un poco más demacrada, los pocos dientes que le quedaban eran amarillos. Pensé en él porque el hombre se parecía, físicamente, tampoco sé si mucho o nada, pero me hizo pensar en él. Tan fuerte fue el pensamiento, la referencia, que mi imaginación pronto caviló (y olvidó lo inevitable) que en verdad podría ser él. Por un momento creía estar de vuelta en mi país, y que sin querer me topaba con mi tío caminando por el centro (por cierto, para aclarar, él fue hermano de mi mamá, ¿será que la estoy extrañando?). Un segundo después, y aquí necesito precisar de nuevo, un segundo que yo alargué a propósito, desde el fondo de mi mente, con mi imaginación trabajando a tope, recordé que estaba muerto, pero como alargué el segundo me dio tiempo de pensar un tímido: ¿qué pasaría si fuera realmente él?, con todas las consecuencias que ese pensamiento traía consigo: médium o para-psicóloga mediante.
Me sorprende ahora la potencia del pensamiento y de la imaginación, me asustó en su momento, porque inmediatamente después pensé en mi tía, la que murió unos pocos meses más tarde de mi tío, todos hermanos, tíos maternos. Pensé en ella, y por supuesto, la imaginé entonces sentada a su lado, con uno de sus vestidos que usaba en los últimos años y que ahora están ligados de forma inherente a su figura, aunque llamarlos vestidos sería tal vez demasiado: eran holgados, más bien como túnicas, y por supuesto, de temas floridos y rebuscados que no denotaban formalidad alguna, era un intermedio entre un vestido y una bata de baño, perfectos para su carácter. Ahí estaba, también con un pequeño perro chihuahua bostezando debajo de su silla. Los cerezos estaban en flor, creo que ya lo he mencionado. Está vez fue donde sentí más la cualidad de visión, pues no había nadie allí en la mesa, no había señora que se le pareciese junto al señor que me podría llevar al equívoco, a la duda. No, mi tía y su vestido y su perro fueron creación completa de mi imaginación (tenebrosa, lo repito) o visita completa, transformación del aire y del espacio en una forma ya-no-humana. Nuevamente pensé un rápido y caprichoso: ¿qué pasaría si…?
Y me dejé llevar: ya que estamos no podía dejarlo así, empujé todavía más, manipulé todavía más la realidad, la impresión de realidad que había sobrepuesto, como si fuera una calca y yo dibujara por encima (prueba irrefutable de que todo este evento fue producto de mi imaginación y no una verdadera señal paranormal, cosa que me tengo que repetir porque sigo sin creérmelo todavía). Bueno, completé el cuadro: mi otro tío, el que murió hace muchos años, cuando yo todavía era muy pequeño, tan pequeño que no me acuerdo en realidad de él. Bueno, él también estaba ahí, él también me sonreía, él también levantaba el vaso de cerveza clara hacia mí, supongo que brindando por mí. Todo esto, cabe recalcar, lo vi (pensé, imaginé, creé) en el rápido trayecto de una esquina a otra, lo que tardaba en cruzar el pequeño paso de cebra que separa nuestra calle con la del bar. Para cuando había llegado al otro lado, a la terraza del bar, mientras pasaba por la mesa que imaginaba llena, también pensé en mis dos tíos que murieron cuando todavía eran niños, dos hermanos que mi mamá ni siquiera llegó a conocer. Los vi corriendo, me vi a mí mismo deteniéndome enfrente de una carrera para evitar chocar contra uno de ellos, mientras corrían hacia la mesa, regresaban con sus hermanos. Uno estaba vestido con el típico traje de béisbol, no sé por qué, las medias altas, la camisa de rayas y pantalones ajustados. Aquí me asalta la duda, y nuevamente pruebo mi falibilidad como narrador de terror, de creador de ficciones de ultratumba: vi dos niños jugando, cuando en la realidad (lo que sea a lo que llamo realidad), en la historia, en el pasado familiar que comparto con mi mamá por línea directa, uno de los niños debería haber sido una niña de 2 años o menos. Mi imaginación falló, no pensó en ciertos detalles. Al final también sé redimir el asunto: ahora la quiero imaginar sentada en las piernas de mi tía, mientras ella la balancea (y ahora agrego, por pura nostalgia infantil, jugando a “Los maderos de San Juan”, como ella jugaba conmigo cuando yo era pequeño1). Me estoy recreando en la visión falsa, la alargo demasiado, la destilo y mejoro intentando agregar detalles que me parecen fundamentales para entenderla. Mi abuela, por ejemplo, también viene a mi mente: la madre de todos ellos, a quien tampoco alcancé a conocer (¿me habría caído bien? Duda estúpida que me interrumpe). Ahora ella, que para mí siempre ha sido una fotografía amarillenta, reina sobre la mesa, con esa sonrisa de fotografía, pero que hoy reconozco en la sonrisa de todas mis tías (las vivas y las muertas), y por supuesto en la de mi mamá. Es una sonrisa natural, supongo, donde las arrugas de debajo de la comisura se ven remarcadas pero tan suaves, sé cómo se sienten, recuerdo, y es algo tan raro y físico, cómo se sentían los cachetes de mi tía y los de mi mamá, esa suavidad tan cercana a mí, pero que llevo meses sin físicamente tocar.
Una última cosa que me parece curiosa, y siento las notas finales de la canción, el descenso de la energía hacia un callado susurro: los cerezos florecieron hace un mes o más. ¿Por qué insisto en que estaba el cerezo florecido, con sus bellas flores rosas moviéndose con el viento, cayendo como nieve sobre los personajes? No puedo recordar si esto es exactamente lo que vi en mi visión o en mi imaginación, no puedo recordar si olí el polen y me picó la nariz. Lo único que puedo suponer es que es un escenario bello, sobre todo ahora que ha cambiado el horario de invierno y por las tardes, cuando salgo a trabajar, la luz del sol da desde el oeste, preparándose para el descenso (aunque todavía tarde mucho rato en oscurecer). La terraza del bar está en el camino justo de los rayos nostálgicos de la tarde y si por algún extraño fenómeno meteorológico se pudieran juntar ambas cosas, los cerezos en flor y el sol del horario de verano, sería una cosa simplemente preciosa. En verdad, no sé qué significa toda esta visión, visita, recuerdo que me invento, al principio me asustó, pero ahora lo único que quiero es volver a salir y comprobar si los cerezos están floreciendo. No sé. Tal vez es simplemente que extraño a mi mamá, tal vez que me siento solo y ellos vienen a hacerme compañía, tal vez es un ejercicio mental, un homenaje, una razón para escribir sobre ellos, líneas y puntos que se obstinan en seguir muriendo, estando yo tan lejos.
1 El mensaje era claro: unos días después con el texto en proceso de edición, obra de una constante obsesión y revisión que aplica una epistemología racional a algo no irracional sino simplemente a-racional: de casualidad me encuentro con una playlist de nanas latinoamericanas y la primera que sale en aleatorio es una que se llama Aserrín Aserrán, el sonido que hacen los maderos de San Juan al serrar la madera. El nombre no era el adecuado, la canción no iba cómo yo recordaba que iba, pero era básicamente la canción que mi tía me cantaba.