McGuffin

Estaba en ese vestíbulo esperando a que acabase su última película. Quedaban 42 minutos. Algo así como eseperar a que llegue el invierno para salir a la calle en calconcillos. Una tortura que se había autoimpuesto.

Tenía miedo, claro que lo tenía. Le sudaban las manos, le bailaba la vista y le dolía la cabeza. Estaba frente a sí mismo. Se levantó lentamente y se miró al espejo, que le mostraba su cara pálida. Él ya no es él y el espejo se lo está diciendo sin articular palabra. Al mirarse veía a una figura extraña, algo así como el conejo de Donnie Darko. Se miró a los ojos y ahí es cuando comenzó a hablar con su yo real. Ahora sí que se veía en el espejo. Se dió cuenta enseguida.

De repente con la camisa del bar de su padre. El boli en el bolsillo del pecho, el pelo corto, la bandeja en la mano y sus amigos al final del local. ¿Por qué huyó de allí? No lo recuerda. Siempre le gustó servir mesas, hablar con los clientes y ver el fútbol detrás de la barra. Ahora ni siquiera se hacía el café por las mañanas. Lleva años sin pisar un bar. En cada estreno anual decía que ahí acabaría su carrera. Esta vez iba a ser verdad. Su yo irreal miraba al espejo, mientras su reflejo real vestido de camarero le miraba como esperando para tomarle nota. Sonriendo.

Se giró y caminó hasta el sofá del vestíbulo de ese cine tan lujoso en el que comenzaba a sentirse un extraño. Se sentó delante de esa gran puerta a la verdad y ahí seguía su doble, sempiterno. Quedaban 15 minutos de película y comenzó a andar, como si una cámara le siguiese la pista a modo de plano secuencia. Volvió a caminar hasta él, lo tocó, fue a la barra y pidió un refresco. Lo aliñó con whisky de su petaca, sorbió y volvió a posarse frente a su yo. Hitckcock estaría orgulloso, un McGuffin en toda regla.

¿Cómo sería su vida si no se hubiese ido? Sonrió mientras daba un trago y hablaba solo. Estaba comenzando a parecerse a Jack en El resplandor. “Mucho trabajo y poca diversión hacen de ti un tipo aburrido”. Soltó una carcajada que invadió la sala. De pronto, le vino a la cabeza la imagen de Toto en Cinema Paradiso. Alfredo había muerto y el no fue capaz de hacer nada. Por una vez le daría a su película el final que él quiere y no el que esperan que haga.

Comenzaron los aplausos cuando montaba en el taxi. O eso cree que oyó antes de cerrar la puerta. Ya no se parecía a Jack, se parecía a su padre y eso le reconfortó. Volvía a casa, montaría un bar y ya le vendría otra nueva película a la cabeza. De momento iba a preparar su propio Columbus. Fundido negro: “Fin”.

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