“¿Me largo para no volver jamás o me dejo enamorar sin remedio por esta ciudad desdeñosa que pretende humillarme, lo más mío del mundo, y me decido a escalar sus murallas a riesgo de morir en el empeño?”
Irse de casa, Carmen Martín Gaite
Lo que viene a continuación es un relato híbrido entre lo que escribí al salir de una entrevista de trabajo hace unos meses y lo que he ido mascullando por Madrid mientras paseaba intentando soportarme a mí mismo. Lo anoto todo en un cuaderno al que le he cogido mucho cariño.
Los escarabajos. Insectos que cargan con el peso de proteger al difunto en el juicio de los muertos según la historia de Egipto. Osiris ven a mí que no quiero morir. Somos la generación que no quiere ser olvidada. Quiere reencarnarse en bucle. Seguir viva para todo el mundo. Hacer cosas grandes.
Vengo de una entrevista de trabajo en la que me han metido en una sala con 11 personas más. Yo lo he interpretado como un “venga, atacad, al que quede vivo le contratamos”. Nos teníamos que vender como candidatos ideales utilizando las figuras que aparecían en unos dados que lanzábamos. Ninguna de las 13 personas de la sala éramos de Madrid, ni la entrevistadora. El sueño español.
He lanzado los dados como Nicolas Cage en Leaving Las Vegas después de varias copas y me han salido varias formas sin conexión. Entre ellas un escarabajo. He alzado la vista y la entrevistadora me sonreía esperando una respuesta idéntica a la de mis rivales cargada de fe en mí mismo. Pero solamente he podido decir: “Soy de la generación escarabajo”.
Un chaval de mi edad ha soltado una carcajada y me ha mirado atento para que siguiese mi monólogo. Así que le he dado el gusto y he hablado de mi forma de compaginar estudios/trabajo, mi viaje a Madrid para seguir estudiando porque es lo que me piden para ser alguien y mis pocas ganas de dedicarme a algo que me matará por dentro poco a poco. He contado que mi generación es la escarabajo, porque quiere proteger lo que tiene, hacerlo eterno, ser alguien y acabar muriendo sin serlo. Porque después de la muerte no hay nada, por muchos amuletos que utilicemos.
La generación escarabajo es la que sale de la universidad creyendo que se ha reencarnado en un dios, en un pájaro, en un superhombre. La que se da cuenta de que nada de esto es cierto al recibir ofertas de trabajo sin cobrar, “porque te estamos formando y eso no está pagado”, la de sacarse algún título más, mejorar el segundo idioma, tener carnet de conducir -y si es posible coche- tener flexibilidad de horario para trabajar más de las horas que estipula el contrato y besar los pies del patrón. De Osiris. Perfecto antes y después de nacer.
“Somos la generación escarabajo”, he repetido al acabar mi discurso. En mi delirio, he imaginado al señor que estaba a mi lado levantándose a apuñalarme con el boli por sentirme tan infravalorado cuando él, cercano a la jubilación que le prometieron, tenía que mendigar el mismo trabajo que yo. Que la entrevistadora llamaría a los de seguridad, que me agarrarían de las solapas de la chaqueta y me invitarían a salir del edificio. A mi compañero escarabajo aplaudiendo, coreando mi nombre e invitándome a cervezas después. Que al lado había un 100 Montaditos y es miércoles. A la chica a la que le tocaba tirar los dados arrancándomelos mientras me gritaba que voy a morir solo. Pero no. Me han sonreído y han asentido. Estaban de acuerdo: soy un escarabajo.
Y ahora me topo con un artículo de Lara Moreno que reafirma mi teoría salvo por una cosa: no soy especial, todos somos escarabajos. Recuerdo a Enrique Ballester en la presentación de Barraca y tangana diciendo que nos habían vendido la moto de que venirse a Madrid aumentaba las oportunidades de trabajar en una redacción. Cuánta razón. Aunque tampoco puedo pedirle mucho a una Alicante en la que los medios son pocos y herméticos. Porque hay que bailarle el agua a la gente y yo no soy capaz de bailar ni en Shoko un sábado con alguna copa de más. Lo siento mucho. Sobre todo por mis padres, que seguramente esperaban algo menos de mí, para luego verme salir de su casa y esperar algo más. Pero no que me quede a medio camino. Volver a empezar una nueva vida con 25 años es una mierda.
No debería quejarme mucho. Cobro una beca superior a la media -lo que no quiere decir que no sea precaria-, tengo Poscultura y a veces me dejan publicar en medios con más peso. Pero todavía no he ganado ni un euro con lo que escribo. Desde que firmé el contrato, estoy contando los días que me quedan hasta que acabe, que coinciden con que acaba también el del piso. Si antes de que eso pase no tengo nada: un placer Madrid. Y eso duele, sentir que has fracasado pesa demasiado hasta para un escarabajo. Porque además de cargar con el peso de tus difuntos cargas con el de tu propio cadáver. Así que piensas en buscar otros trabajos para ahorrar algo más. Te convences de que todo esto es temporal, la vida te debe una, aunque sea una. Como al Getafe le deben una final de UEFA que nunca le van a devolver porque ahora se llama Europa League. Soy el Getafe, con lo mal que me cae Bordalás. Y cambias de la primera a la tercera persona para quitarle un poco de importancia a eso que os une.
Y piensas en mudarte de barrio, buscar una zona más barata. Piensas en ella y eso te mata. Porque te gusta, porque igual todo va a más y te va a tocar irte. Cuando quedáis la miras con pena, aunque no se dé cuenta, porque en unos meses a lo mejor ya no puedes volver a mirarla. Pero joder es preciosa, mírala como sonríe, como pide otro chupito de tequila, otra ronda. Sacas el último billete que te queda y todavía queda una semana del mes. Seguro que llega una factura, seguro que me quedo sin café, seguro que mañana tengo resaca. Con las cervezas, el tequila y un par de whisky-cola piensas en decirle que, si todo va bien, podríais iros de vacaciones juntos. O mejor, a vivir juntos. Un piso de dos es más barato. Cállate loco, parece que quieres que se asuste y se vaya. Enamorarte por comodidad es todo lo contrario a lo que eres: un escarabajo. Entonces te mira y te dice que cuando no hablas te ve machacarte los dientes haciéndolos pelearse unos con otros. Que te relajes, no es bueno estar tan nervioso. Y de fondo C.Tangana y su Llorando en la limo ¿Nunca se va a pasar de moda?
Te vienen a la cabeza tus padres, si leen esto les da algo, pero a ti no te lee nadie. Aunque lo mismo te haces viral, te llaman de un medio y haces los mejores cafés de la redacción. Te frustras. Sales a pasear -que es gratis- sin poder pensar más de 10 segundos seguidos en nada porque te llega todo esto impostado. No eres capaz de alegrarte de nada de lo bueno que le pasa a tus amigos, no conoces la envidia sana desde hace mucho. Solamente empatizas con personajes de libros o de películas, porque no están en la realidad en la que tú vives.
Una proyección de lo que España quiso ser y no fue, no es y no será. Uno más entre todos los insectos que viven a ras del suelo. Jesucristo pisándote mientras bebe de su propia sangre en Casa Julio. El mundo a tus pies y tú a los suyos.
Escritor, periodista cultural y librero en la librería 80 Mundos. Codirector de todo esto. He colaborado en medios como eldiario.es o Le Miau Noir. Formo parte de la antología Árboles Frutales (Editorial Dieciséis, 2021) y Odio la playa (Cántico) es mi primer libro.
Escarabaj love como decia recycled! Articulo brillante