El nenúfar y la araña: Miedo a olvidar

Es la tercera vez que leo El nenúfar y la araña (Tránsito). En cada lectura tengo que parar y releer la página 14 tantas veces como necesite hasta recordar la voz de mi abuela con las palabras de Claire Legendre.

“Esa era la forma de querer de nuestra abuela, que intercedía por nosotros con toda su benevolencia ante las fuerzas decisorias: dioses, santos, planetas, cartas, péndulos, gatos negros, sombreros colocados de forma distraída e inoportuna encima de las camas, espejos trágicamente rotos…”

Lo mismo me ha pasado con Listas, guapas, limpias (Caballo de Troya). He releído el capítulo que va desde la página 164 a la página 169 recordando a mi abuela en la situación que cuenta Anna Pacheco.

“Mi abuela se para en seco, nos toma del brazo a las dos y nos mira risueña.
-¡Llevabais razón! ¡Este portal es mío! Hoy tenía que ir al médico”

Lo cierto es que no me planteaba escribir sobre ninguno de estos dos libros y mucho menos relacionarlos con ella, pero la ojeada de ambas referencias me ha hecho recuperar algunas notas que le escribí al poco tiempo de morir. Tengo relatos e ideas apuntadas de cosas que no le he podido contar y que han vuelto a raíz de las obras de estas escritoras dando forma a un indicio de borrador de un indicio de libro que nunca escribiré. Por pudor, porque si lo escribo ya no es solo mío o porque si algún día lo hago será como dejar ir una parte de ella. Aunque no es la única persona a la que he perdido, es con la que más sueño. Cuando iba a verla aprovechando las bajadas desde Madrid ya no me reconocía, pero en el sueño me mira sabiendo quien soy y que he perdido muchos kilos y me dice que estoy muy flaco, que coma más. El insomnio no me deja dormir mucho así que soñar es casi imposible. A veces casi que lo prefiero.

Mis padres siempre han trabajado, así que he pasado casi toda mi infancia en el que era el salón de mis abuelos, viendo la tele, haciendo los deberes o haciendo que leía las novelas de bolsillo de mi abuelo. Esa señora me vistió de nazareno, de zaragüell, de tuno, me llevó a misa, me inculcó una fe que desapareció después de la primera comunión y mucho más. Recuerdo todas las cosas que hacía y me decía, son parte de ese libro que nunca escribiré.

Todos podemos morir en cualquier momento. Solo que, si crees que vas a morir en una fecha concreta, acabas viendo esa posibilidad cada vez más nítida. Y si la fecha pasa, todo lo que viene es bola extra. Puedes caer de repente. Esa obsesión te lleva a querer controlar cualquier otra cosa, porque si desaparece la fe tienes que convertirte en tu propio Dios. Un placebo ambicioso y una buena distracción del pinchazo en el pecho que aparece como una araña en el cuarto de baño mientras cantas al espejo secándote. Como reconocer un pasillo del hospital en el que viste por última vez a un ser querido.

Vas solapando miedos: gripes, vacunas, muertes, rupturas, más muertes, arañas, semillas de albaricoque en exceso, más rupturas, alturas, espacios pequeños, más de todo. Para ordenarlos sales a pasear, pero Alicante es muy pequeña y saludas a demasiada gente, te topas con las salidas a la autovía, obras que cortan calles o repites rutas que ya te aburren. Qué difícil es sufrir tranquilo en esta ciudad que ya no permite ni que culpes al miedo de esos ataques de egoísmo.

“Ni abstenia ni fumadora, ni liberada de mi dependencia ni de mis miedos, quedé privada a la vez de mi desenvoltura adolescente (Jim Morrison) y de la paz y la serenidad de los que tienen buena concienca (mi abuela)”

Pero sí que pienses que el miedo viene de la culpabilidad. Porque no sabes si has hecho lo suficiente y cualquier momento puede ser tarde. El tabaco no te libera, tampoco salir a correr, ni comer sano, pero son formas de distracción. Inspiras y espiras en todas esas actividades pero ninguna te saca de dentro esas sensaciones y piensas “si me viera mi abuela fumando”.

“No conozco más que dos formas de darle sentido a mi vida o de hacerme creer que lo tiene: amar a alguien y escribir libros”

El amor es otra forma de acelerar la alternancia entre el miedo y el egoísmo. O lo rechazas totalmente o te aferras a él con las fuerzas que te quedan. Intermitente y bipolar porque lo platónico no molesta entre los pulmones. Porque ya suficiente litost surge de la nada. Porque destino es una palabra de derechas y eso si que no lo toleras. Aunque al caerse tu móvil por el balcón hubieses perdido todos los números menos el de ella y acabases hablándole al volver a la ciudad, acabaseis quedando más veces de las que esperabas y os llaméis todos los días porque ella vive fuera ahora que tú vives dentro.

“Escribo para penetrarte a ti, lector; es mi revancha sobre la fisiología”

Y en este aviso tardío te das cuenta de que lo ha hecho desde el principio. Jugando con esa empatía de la que habla, pasivos e inmóviles como cuando mi tío se disfrazó de rey mago y yo no supe pedirle mi regalo. Y si Legendre tiene razón y la escritura no resuelve nada a lo mejor tampoco es necesario. Escribir no tiene porque hacerte olvidar a nadie, ni superar una muerte, ni perder el miedo a las arañas porque es una forma de hacer inventario de los miedos para no olvidarlos.

Me da miedo olvidar mis miedos.

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