Crecí en un pueblo más allá del muro. No era Derry pero sus calles eran parecidas y yo correteaba entre ellas con un balón de basket y camisetas XXL de fútbol sin importarme demasiado la tradición o la cultura de la zona. Mis amigos saben bien que el idioma para mi siempre ha sido una herramienta para comunicarme. Palabras poco más importantes que una bandera. Pero una chica me dijo hace tiempo que aprendes realmente un idioma cuando eres capaz de expresar y sentir tus emociones en esa lengua. Y yo -que nunca me he ido de Erasmus- asentí para no parecer muy imbécil.
Ahora que vivo en el lado correcto del muro, donde no hay acento y la gente te mira asustada, perpleja -como quien mira Han Solo: Una historia de Star Wars– por no entender nada cuando hablas valenciano, me he dado cuenta que echo de menos pequeñas expresiones que no sé utilizar en castellano. Palabras ligadas a momentos y personas concretas. Sin traducción pero con historia y carga emocional. Por eso siempre me interesó más aprender de mi abuela que de lo que me pudieran enseñar en clases de valenciano. La experiencia tras cada palabra.
Supongo que por eso en el instituto siempre aspiraba a un 7 para poder aprobar. Pero me consolaba pensar que mi amigo tenía que sacar un 10 y cruzar mucho los dedos para llegar al 4’5. El miedo als pronoms febles eclipsó nuestra curiosidad por Ovidi Monllor. Ahora él trabaja en California y yo he vuelto a abrazar la precariedad laboral con la pasión con la que Jason Biggs abrazó a Mena Suvari en su reencuentro tras la saga original de American Pie. Hace pocas semanas coincidimos en Madrid -con más gente- y nos vimos obligados a tener esa incómoda conversación en castellano, sabiendo que se pierden la mitad de los matices en las palabras que escogemos. Y con ellos, nuestra implicación.
La situación es tan incómoda como intentar explicar el significado de la expresión estic bascós. Podría decir que estoy que me subo por las paredes o que necesito hacer algo porque no hay quien me aguante y en todas ellas estaría muy alejado del significado real. Al final de la explicación siempre me siento como Bárbol debatiendo con Merry y Pippin sobre el significado de la palabra “colina”. Uno de los momentos más brillantes de El Señor de los Anillos, dicho sea de paso. Los éxitos de Tolkien son mis fracasos pero lo asumo con deportividad porque yo al menos vi a Cor Petit amb les mongetes màgiques.
El 9 de Octubre fue una excusa para tener puente en clase y resaca en cama. Al final todo era cuestión de coger un poco de distancia para valorar lo que me asfixiaba cuando estaba cerca. Lo cierto es que antes de cruzar el muro no sabía que un idioma pudiera ofender tanto a un país porque para mí el valenciano nunca fue una ideología; fue mi abuelo volviendo de su casa en el campo con la moto llevándome en su regazo. O mi abuela jugando al ajedrez conmigo cuando ya no podía levantarse del sillón. Por eso -por ellos- celebro este día.
La suma era dos més dos.
El resultat era quatre.
La pregunta era Qui és?
La resposta era Déu.
La Consigna era Pàtria.
La resposta aixecar el braç.
La classe era a les nou.
El mestre era a les deu.
El vàter era al fons.
La merda era a l’entrada
Ovidi Montllor
Sociólogo retirado y periodista amateur. Escribo de música porque es lo que ahora mismo me llama la atención, el día que deje de hacerlo me verás escribiendo sobre otras mil cosas: cómics, cine, literatura… lo que sea. He estado en mil y un proyectos pero nunca como en casa.