Los años oscuros: Una estatua y un espejo

“Desde el centro, deseo controlar la perfección de la tela que tejo, los nudos que hago, los cabos que quedan sueltos”
Eva Gallud, Los años oscuros

“Voy a comprar una ciudad
para darle la vuelta al tiempo
arrasaré plazas llenas de quemaduras
para elevar murallas de hierba”
Eva Gallud, Voy a comprar una ciudad

Estás es un hospital, en una cafetería, en la Biblioteca Nacional, en un bar, en un hostal, en el tanatorio, en casa. La calle es el espacio que las separa y lo ocupas para vaciarte. “Caminar, caminar, caminar. Y esquivar el contacto”. Estar al margen, a veces para destacar; otras, para simplemente estar al margen. No es tan difícil, ¿no? Se debería de entender a la primera: estas son mis manos, pueden cerrar heridas y sujetar los hilos que estáis obligándome a tejer.

“Ya está bien de hablar solo de las cosas que nos gustan”

Lo siento por Eva Gallud porque si hablo de Los años oscuros (Editorial Dieciséis) solo puedo hablar de las cosas que me gustan. La capacidad de trasladar constantemente la narración de un extremo de lo que rodea a la protagonista a otro sin perder el eje central hace que la sigas como los niños que siguen la fila agarrados a una cuerda. Sus manos tejen hilos que se expanden por los diferentes caminos del laberinto en el que se encierra. Entre las murallas de hierba. Salen disparados en todas direcciones mientras los deja ir desde el centro sempiterna como una estatua y rápida como una araña. La única esfigie que elige su poder y debilidad a medida que pasa el tiempo. Y vuelvo al “todos deberíamos aprender a tejer” que escribió Aixa de la Cruz.

Los años oscuros es un libro de poesía que utiliza una historia como excusa. Se puede leer como novela que narra y se expande constantemente hasta implosionar o como una variación de la prosa poética que hilvana fases de una vida. Es el texto de introducción a una exposición, una reseña detallada de lo que supone sentirse expuesta incluso en su propia casa, una caja de recuerdos que revuelves buscando algo, un club de lectura en el que te resguardas. Es una hija que mira a un padre que no siempre supo ver.

“Soy ella, quiero ser ella. Quiero verla, quiero verme como ella. Quiero verme como ella se ve. Quiero verme como ella me ve. Si es que me ve”

El dolor lo atraviesa todo, principalmente la mirada, aunque eso no quiere decir que te paralice. A veces basta con arreglar la gotera que deja esa herida y no es necesario arreglar el techo. Lo estético es solo importante cuando deja de lloverte mierda. Así que por supuesto, por supuesto que es necesario ordenar las piezas y coserlas para guiar la memoria. Porque la belleza sí que está presente siempre. Por supuesto que el deseo viene de la mirada, de la tuya hacia los demás y viceversa.

¿Cómo me ven? ¿Cómo les veo? ¿Cómo me vería con sus ojos? ¿Qué vemos cuando nos vemos? ¿Qué vemos cuando les vemos? ¿Qué ven cuando nos ven?

A veces el laberinto es pequeño pero con un espejo delante crece. En ese espejo te ves a ti y al resto mirarse mientras te miran. Lo hacen a través del móvil aún teniéndote delante (“Clic: corazón”), lo hacen observándote de arriba abajo, o peor, mirándote fijamente a los ojos. Todos te miran y se miran pero no piensan en que el cuerpo “se desliza por el borde de la vida”. No observan lo que les rodea y cambia constantemente. Nadie sabe que el bar ha cambiado de dueños. Pero recuerda, eres una estatua y tienes la capacidad de callar al mundo. Apagar incendios con aleteo de pájaros.

Los años oscuros es poesía, narrativa, el texto de introducción a una exposición, una reseña, una caja de recuerdos, club de lectura y una hija que mira a un padre que no siempre supo ver. Es una estatua, un laberinto, una araña y su tejido, un espejo. Los años oscuros es un libro, el de una estatua delante de un espejo.

“A qué altura me sitúo. Dudo que a la misma a la que me sitúan los demás. Todos esos cuerpos que atraviesan el aire junto a mí, ¿qué ven? Volvemos al juego del espejo y la foto”

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