A Echedey le gustaba tocarme el pepe

Artículo Andrea

A Echedey le gustaba tocarme el pepe. El pepe es esa cosa que tenemos las niñas y a la que las madres le dan un nombre falso —como las tetas que son pechitos y no tetas—. Un nombre como de señor barbudo. Como de señor que tiene las manos grandes y callosas. Y las uñas ennegrecidas. Y las pieles de los dedos rasgadas como una cortina arañada por un gato. Y los granos negros en la nariz. Negros y sobresalientes, como cráteres de Luna:

Pepe se llamaba mi abuelo. Pepe se llama mi toto, chocho, chocha, chochito, chochete, chirri, chumino, chichi, coño, chorizo, almeja, papo, potorro.

A Echedey le gustaba tocarme el pepe. Le gustaba hacerlo, pero tampoco mucho rato. Solo quería venir corriendo, darme una palmadita rápida e irse corriendo. Corriendo como con la esencia de mi pepe.

A Echedey le gustaba yo, y le gustaba mi pepe, pero a mí no me gustaba Echedey. Mi madre no me dejaba tener novio pero él me obligaba a ser su novia. Quiero decir: no me decía ¡Ahora tienes que ser mi novia!, pero me tocaba el pepe y entonces las demás personas hacían como que Echedey era mi novio. Tocarme el pepe era la señal del compromiso. Una niña de cinco y un niño de cuatro eternamente ligados por ese gesto breve, apenas imperceptible para la gente adulta.

Si Echedey me pegaba, los que se pelean se desean.

Si Echedey me empujaba, los que se pelean se desean.

Si Echedey me insultaba, los que se pelean se desean.

Si Echedey me tocaba el pepe, Echedey me tocaba el Pepe.

A la salida de preescolar, los padres y las madres nos observaban relacionarnos como se observa a un gorila en el Loro Parque. Lyonel se comía los bichos carreteros que subían por las paredes. Sara iba de la mano con Alejandra. Alejandra iba de la mano con Patricia. Echedey corría por la entrada de la escuelita y daba piñas al aire. Daba piñas al aire y alguna a Yeray. Alguna A Sara. Alguna a Patricia. Y a mí, a mí me tocaba el pepe. O el culo —o el pompis como dicen las madres—, dependiendo del día. Yo gritaba: Maestroooooo, Echedey me está tocando el pepe. Echedey, deja a la niña quieta, decía el maestro. Echedey, deja a mi yerna quieta, decía el padre de Echedey. A Andreaaaa le gusta Echeeeeedey, decía Lyonel. Y entonces Echedey era mi novio. Era mi novio y yo no podía hacer nada. Las cosas son las que son y si Echedey me tocaba el pepe, Echedey era mi novio:

A veces en preescolar yo me volvía mala. Me volvía mala porque ser siempre buena era aburrido. A veces me volvía mala, pero eso casi nunca suponía un problema, porque yo era una niña lista. Y a las niñas listas no tenían por qué pasarnos cosas malas. Una niña con trenzas y voz chillona. Una niña que quería ser arqueóloga y Shakira y Barbie Rapunzel. Una niña que jugaba a los gatos con los gatos:

Leticia, así se llamaba. Se llamaba Leticia y siempre quería decidir ella a qué se jugaba. A mi mejor amiga y a mí no nos gustaba Leticia. Así que un día cualquiera, un día de esos en los que me volvía mala sin razón aparente, decidimos echarle jugo de melocotón por la cabeza. El bote completo. En los pelos largos y negros como de caballo. Los pelos de caballo empegostados como cuando un bebé acaba de salir del cuerpo de su madre. Mala idea. Leticia se puso a llorar y el maestro nos puso a mi mejor amiga y a mí de cara a la pared. Yo, de cara a la pared. Creí que me iba a morir en el acto:

El castigo. El castigo era lo que nos diferenciaba a Echedey y a mí. Si a mí me castigaban, entonces, yo era como Echedey. Y yo no quería ser como Echedey. Ser la niña buena me permitía, al menos, que de vez en cuando le dijesen a Echedey: ¡Echedey, deja a la niña quieta!. ¡Echedey, deja a la niña quieta! era la mejor parte del recreo.

Echedey era un niño malo. Uno de esos que gritan cuando los dejan en la puerta del colegio. Echedey era el terror de las nenas. Pero no por ser el niño más guapo, sino el más malo. No malo sexi, sino malo malo. A Echedey le gustaba tocarme el pepe. A Echedey le gustaba darme patadas. A Echedey le gustaba apretarme las manos. A Echedey le gustaba jugar a fútbol. A Echedey le daba risa jugar a las cocinitas. Echedey siempre quería jugar a los médicos. Y los médicos tocan el pepe. Y las enfermeras cuidan a los bebés.

Echedey tenía un año menos que yo pero yo le tenía miedo.

Echedey le aplastaba la cabeza a los muñecos y les metía la nariz para adentro. Les hacía una cara cóncava.

Echedey se enfadaba cuando lo llamaban gordo y yo lo iba a consolar.

Echedey me tocaba el pepe cuando yo lo iba a consolar.

Echedey tenía una hermana muy buena y muy muy mayor, como de 14 años, que le peleaba si lo veía tocarme el pepe. Yo amaba a la hermana de Echedey.

Echedey me tiraba piedras a la cabeza, como quien se manda una llamada telefónica, y me pedía el ligue.

Echedey estaba en casi todas las fiestas de los barrios. Los padres de Echedey tenían una autocaravana en la que vendían comida.

Echedey sabía vender bocadillos de carne y tocar pepes desde que tenía cuatro años:

A Echedey le gustaba tocarme el pepe. A mí no me gustaba que Echedey me tocase el pepe. Me daba asco ir al colegio. Me daba asco jugar a los médicos. Me daba asco jugar a los novios, a las padres y a las madres, al conejito de la suerte, al caño paliza, a la gallinita ciega. Me daba asco y tenía como un agujero en el estómago. La barriguita se me volvía como la cara de los muñecos después de Echedey. Después de Echedey: la barriguita cóncava.

Las ganas de vomitar.

Las pocas ganas de ir al colegio.

Las poquitas ganas.

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