Purasangre: Lo que intentó Lanthimos

Un plano secuencia puede ser como un recorte fino y rápido en el borde del área justo antes de dar el pase entre líneas con el que el delantero culmina, una obra de arte. También puede parecer una espaldinha, un caño pisado o una filigrana cuando vas ganando de goleada por lucirte, innecesario. Purasangre es el recorte, el poder de utilizar ese recurso para realizar transiciones en la narración sin sacarte de ella.

Últimamente me topo con muchas operas primas de directores con un talento -para mí- hasta ahora desconocido. Cory Finley ha encerrado en la pantalla una obra de teatro. Y esta, lejos de sentirse como en un ascensor averiado, respira con tranquilidad y sube piso a piso hasta que se asoma a la terraza y sonríe.

Pese a obligarte a obviar ciertos aspectos de sus vidas, explica bien la lucha de poder que existe en las familias de niños ricos y mimados. La fribolidad y la misantropía en sus diferentes facetas: la de la persona que las vive para sobrevivir y la de quien las vive por la apatía que le rodea. Ese mundo de lujo que de poco sirve a veces.

Solamente necesita dos escenarios y dos personajes principales para desarrollar una trama que recuerda a un Polanski en forma. Durante la película, el humor negro y la sociopatía de Amanda y Lily te hacen sentir entre miedo, pena y asco. Con un humor negro que corta en seco la tensión muy intencionadamente, lo difícil es no sorprenderse al descubrir el título un domingo por la noche. El día en el que te asomas al vacío pensando en el que puso nombres a los días dela semana.

Lo que intentó Lanthimos

El perfil de las protagonistas y el ojo por ojo que reclaman recuerda a la última película del griego. Mientras que El sacrificio del ciervo sagrado llevó a Lanthimos a sacrificarse a sí mismo en muchos aspectos, Purasangre renuncia a florituras. Y gracias.

Los planos secuencias guían al espectador en el descubrimiento de ambas niñas ricas. En casi todo momento en las que se puede utilizar una elipsis temporal aparecen estos como recurso. Pero en ninguno de ellos se puede pensar que harían un favor a la historia. Ese es el hilo rojo que une a ambas obras. Porque la mejor forma de ir de un lado a otro es andando y cuando la cámara anda solo puedes quedarte embobado siguiendo su camino.

En ellos, la cámara siempre sigue al personaje en un primer plano constante. Si consiguiésemos abrirlo un poco más podríamos pensar en la Elephant de Alan Clarke -y en el Gus Van Sant-. Y, al fin y al cabo, el juego de ajedrez que siguen todos los protagonistas en las películas es más parecido de lo que se ve a simple vista.

Deja un comentario

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.

Close

Síguenos