Los surcos del azar: Un abrelatas

El fin de la Guerra Civil supuso algo más que una dictadura que todavía sigue por aquí, como una resaca que ataca a la cabeza y te hace marearte solo de pensar en moverte. Lejos de un trozo de tierra grande y libre, llena de campos de concentración y cárceles para los desviados de la verdad impuesta, estaba otra realidad: seguir luchando.

Cuando era un niño mi tío me señalaba a todas las farolas que se cruzaban en nuestro camino y me decía que eran la Luna. “Mira qué cerca está, Adrián. Podemos tocarla”. Supongo que el chasco que me llevé al descubrir más tarde que era mentira es lo más cerca que puedo estar del que sufrieron esos soldados al descubrir que España no iba a ser libre. Porque no lo fue, se escapó cuando se dueño descuidó la correa y ahora sigue corriendo sin rumbo.

“Todo eso son cosas de viejos. ¿A quién interesan ya?”

En Los surcos del azar Paco Roca construye una historia con escombros que acaban siendo un palacio. Miguel Campos, uno de los 146 españoles exiliados que formaron parte de La Novena, es el centro de un argumento en el que la liberar a Francia de Hitler no fue suficiente para muchos. Porque como dijo Rafael Gómez, último superviviente de los españoles en el 75 aniversario de dicha liberación: “No hagáis guerras, solo las ganan los ricos”.

El inicio del cómic cuenta la llegada y salida del Stanbrook en el puerto de Alicante en el 28 de marzo de 1939. Esta apertura viene dada por razones cronológicas, pero a mí me ha ayudado a crearme un simulacro de idea de lo que ocurrió. Me ha obligado a bajar al puerto y pasear para intentar imaginar el momento del exilio entre oficinas de turismo a medio construir que parecen chalets, luces de casino, yates y restaurantes. Ha enlazado el bombardeo del 25 de Mayo del 38 en el Mercado Central con todo lo que vino detrás.

El autor habla a través de su alter ego en la historia con su mismo nombre. Ese papel de intruso en la historia recuerda a Miguel Ángel Hernández en El dolor de los demás, entrando en vidas ajenas y removiendo el pasado con la mejor de las intenciones haciendo que entres en la narración y entiendas su construcción a dos niveles. Los surcos del azar nos habla de los años de los españoles de La Novena luchando por la libertad que no solamente consideraban suya, sino de todos. Pero también deja pistas constantes sobre las decisiones que toma Miguel desde que sube al Stanbrook hasta que se despide de Paco.

Desde la primer página, las frases refiriéndose a alguien, las cartas no escritas hacia alguien, la foto de alguien y el recuerdo que todo ello deja a nuestra imaginación pierden ese aura de misterio cuando se nos confirma que en España habían vidas ya formadas. Que nuestro protagonista dejó cosas atrás, como todos sus compañeros, y no supo como recuperarlas porque ya no las sentía cerca de ninguna de las maneras.

El exilio y la guerra les hizo a muchos perderse hasta ser cadáveres para sus familiares. Paco habla con uno de esos muertos sobre ello. Dialoga con un ente que se enamoró en mitad de la balasera, que corrió en mitad del desierto en dirección a lo que él creía que era España y que, a pesar de existir a día de hoy, ya no es lo que quería que fuera. Todo avanzando como avanzaban los tanques a través de París.

Los surcos del azar no es únicamente la crónica del final de una guerra tras otra. Este cómic es el diario póstumo de gente que no pudo llegar a escribirlo. La prueba de que la historia la escriben los que ganan pero siempre llega algo de luz al libro que está escondido detrás en la estantería. Es un gracias a los que lucharon por los derechos de todos y nos hacen ver que ahora tenemos que hacer lo propio para que no se pierdan.

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