“Soy bailarina”

Martha Graham abre con esa frase la biografía que sería publicada póstumamente y que ella misma escribió con 96 años, The Blood Memoir.

Martha pasó su infancia en California pese a haber nacido en Pittsburgh, Estados Unidos. La que posteriormente sería la coreógrafa más influyente del siglo pasado comenzó a bailar con Denishawn, una compañía fundada por los maestros de la danza de principios del siglo XX Ruth Saint Denis y Ted Shawn hasta su debut en la ciudad de Nueva York. Su ascenso en el mundo de la danza -mundo que hasta aquel momento había sido dominado por los imperativos clásicos de los ballets de Europa-, pueden encontrarse en fuentes especializadas. Sin embargo, al acercarse a su biografía, una se topa con las semillas de la resurrección de la forma femenina en sus movimientos en la exploración de los órganos, los tejidos y los intersticios de un cuerpo no solo olvidado, sino negado. El filósofo Paul Valery dice en Filosofía de la danza algo así como que la bailarina se encuentra en otro mundo, que ya no es el que pintan nuestras miradas, sino el que ella teje con sus pasos y construye con sus gestos.

La técnica Graham, que tiene como punto angular la contracción y relajación de la pelvis, surge como una búsqueda exhaustiva y persecución del origen de la kinesia, un movimiento generado por las mujeres como dador de vida. La contracción añadida a los puntos de muerte revelan la vulnerabilidad más absoluta que acaba por erguirse con su consecuente relajación: “La ciencia es una técnica”, aseveró Graham.

El rechazo del ballet clásico supuso en la danza americana algo así como el Jazz en la música: la procura de nuevas formas de moverse de una manera que diera cuenta de las márgenes: así como el jazz surgió de la necesidad de los esclavos en Nueva Orleans por expresarse, la técnica Graham reclamaba el repensar el cuerpo desde un pensamiento que se alejara de la dictadura de lo etéreo y se acercase más a una concepción realista y verdadera de cómo realmente se desenvuelve un ser humano. Así como Jean Luc Nancy expresa en su obra más canónica, Corpus: “no tengo cuerpo, soy cuerpo”, Graham entendió éste como un artefacto infinito de posibilidades. La existencia de las mujeres se inscribió en él a lo largo de sus ballets, y los mitos griegos dieron cuenta de la magnificencia de la figura femenina y el poder de ésta.

Todas las cosas que hago están en todas las mujeres. Toda mujer es Medea. Toda mujer es Yocasta.
Clitemnestra es todas las mujeres cuando mata.

Las mujeres tienen una importancia en los mitos equiparable a la importancia de los Dioses y su uso en la danza se contrapone al papel que normalmente habían tenido las mismas en los ballets europeos: caperucita roja, la sílfide o un cisne agonizante, en contraposición a Medea (Dark Meadow, 1946), Ariadne (Errand into the Maze, 1947) o Climenestra (Clymennestra, 1958). La preponderancia de lo femenino como un sujeto activo en el mundo se gesta en toda la obra de Graham, estando la misma atravesada por el poder político de la danza. Así, la irreverencia no solo de las piezas, sino de la actitud de la coreógrafa y creadora ante el mercado del arte, surgen como una forma contestataria de enfrentarse al mundo: Martha no creó meramente un movimiento sino que politizó su danza, negándose, por ejemplo, a participar en los Juegos Olímpicos celebrados en un Berlín de la Alemania nazi en 1936. Martha creó además piezas en las que se ponían en entredicho las formas asociadas a la constricción del cuerpo, como en Lamentación (1910).

La importancia de reconocer y dignificar el cuerpo de las mujeres como un lugar de posibilidad y búsqueda se hace visible en la forma en que Martha entendía el mundo y el movimiento.

Son innumerables las veces que se encuentran alusiones al cuerpo femenino en la música, la literatura y el cine, que poco a poco son cada vez más hechas por las mismas mujeres y no forjadas a través de la mirada masculina. La conquista de nuestra carne parece ser mediada por muchas condiciones que nada tienen que ver con nosotras mismas. En el ensayo de la periodista norteamericana Rebecca Solnit Recuerdos de mi inexistencia, se explora la necesidad de las mujeres de salir de ese atolladero que constituye todo lo que nos apresa, un atolladero al que pertenecen nuestros cuerpos y por tanto nosotras mismas. En uno de los cuentos de María Martín Machado recopilado en Su cuerpo y otras fiestas, “las mujeres de verdad tienen cuerpo”, una de las protagonistas del relato sufre de una enfermedad que la vuelve invisibles, y poco a poco, junto con sus compañeras, va desapareciendo hasta morir convertida en bruma, como si su ser fuera el receptáculo de un vacío informe y espectral. Una de las obras de Barbara Kruger expone el siguiente mensaje: Your body is a battleground, prestando su apoyo a la libertad de las mujeres en Washington en 1989 para decidir sobre sus cuerpos.

Volviendo a la danza, Graham exploró la relación triádica cuerpo- música- movimiento, dando preponderancia a aquellas formas que aludían directamente a la feminidad y la manera en que ésta misma se expresa en la naturaleza, rechazando la grandilocuencia y artificialidad de lo preeminente. Como proponía Nietzsche, la danza constituye un proceso de búsqueda y procura dentro del propio ser, un emprendimiento a la grandeza.

Gracias al legado que dejó Martha, el movimiento pudo reapropiarse de su propia suerte: la expresión de la verdad, una verdad oculta por una virtuosidad que no le correspondían. Un legado de coherencia, reivindicación y dignidad.

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